El discreto encanto de la burguesía

El discreto encanto de la burguesía

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Una foto de la visita que la Presidenta hizo al CEP (y que La Segunda, fiel a la inevitable malignidad del oficio periodístico, puso ese mismo día en portada) la muestra bromeando, condescendiendo, haciendo un gesto simpático, rodeada por los empresarios, como si ella y ellos fueran viejos amigos, cómplices de un juego que compartirían y del que todos los demás estarían ausentes.

Los empresarios la rodean. La Presidenta organiza su gestualidad en torno a ellos.

Esa foto (y otras que ese diario puso como en un álbum) expuso visualmente la estructura más íntima de la sociedad chilena. El discreto encanto de la riqueza, capaz de atraer, como un imán, a quienes ejercen el poder del Estado (lo que prueba, diría Marx, que este último tiene mucho de formal, de superestructura). Fue casi el Gobierno en pleno el que, con el pretexto del aniversario del CEP, acudió a reunirse con ese grupo de personas que no están igualadas ni por el linaje ni por el saber, sino por el dinero y su oposición al Gobierno.

¿Habrá otro país, que se precie de tener tradición republicana, en que la mitad del gabinete visite, para responder preguntas en privado, a un grupo de personas ricas, integrantes de una plutocracia, como si ellas fueran un estamento noble, una corte cuya confianza hay que ganarse?

Por supuesto no tiene nada de malo que un gobierno de centroizquierda, comprometido con la igualdad, se reúna con un grupo de empresarios ricos, incluso si son opositores férreos. Eso es parte de la democracia, del deber ciudadano de confrontar ideas y debatir. El problema es hacerlo consintiendo una puesta en escena que -a estas alturas, después de tanto espesor retórico de sus intelectuales y luego de la férrea oposición que esos empresarios han hecho al Gobierno- se asemeja simbólicamente, sonrisas y chistes incluidos, a prosternarse. Antes de autorizar la visita y las fotos de la Presidenta (rodeada por ese remedo de corte que se comportaba como siguiendo un guión), los asesores comunicacionales debieran haber releído esas páginas en las que Habermas describe la publicidad representativa o feudal: los actos mediante los cuales se escenifica el aura del poder. Eso fue el encuentro de la Presidenta en el CEP: una forma de escenificar, de hacer palpable el aura del poder, solo que en este caso se trató del poder de los anfitriones, y no de la invitada.

Si alguien creyó que la frase «los poderosos de siempre» había quedado atrás, se equivoca: este acontecimiento (no la visita, no la conversación, no el diálogo, sino la puesta en escena que las fotos inmortalizaron) la hace irrefutable.

A lo anterior se suman las contradicciones del encuentro.

Entre las significaciones de lo público (esa dimensión que el Gobierno promueve), una de las más obvias alude a lo que está a la vista de todos. Público es así lo que se expone y privado lo que se oculta; público es lo transparente, privado lo opaco ¿Habrá contradicción mayor que realizar una conversación sobre temas de gobierno, en un think tank donde se ejercita la razón pública, cuidando que todo ello ocurra, no obstante, en medio de la opacidad?

Los infidentes relatan que la Presidenta explicó al auditorio que uno de los objetivos subyacentes al programa gubernamental era «disminuir la distancia entre las élites y la ciudadanía». La frase es sorprendente, porque una élite cercana es casi una contradicción en los términos y suena como hierro de madera o como hielo ardiente. Y el esfuerzo por disminuir la distancia entre las élites y la ciudadanía resulta absurdo si, como es el caso, comienza contribuyendo a que las élites sigan ejecutando las prácticas (como esa reunión de empresarios visitados por el Gobierno) que les ayudan a ser lo que son: élites.

Y es que el discreto encanto de la burguesía consiste en eso: esa distancia que a punta de sonrisas parece achicarse, pero que en verdad se ensancha; esa familiaridad que parece cercanía, pero que es simple condescendencia.

Luego del encuentro, los empresarios declararon a la prensa que la Presidenta era simpática, cordial, encantadora, y agregaron otros adjetivos semejantes que, referidos a una política -no vale la pena engañarse- son equivalentes a un tibio desdén.

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