El desaliento y lo público

El desaliento y lo público

Compartir

Veo nuevamente Lost, exitosa serie de 2004 que cuenta la historia de los sobrevivientes de un accidente aéreo y cómo organizar el poder en una isla aparentemente desierta. ¿Quién será el líder? ¿Quién se hace cargo de la seguridad? ¿Quién cultiva la esperanza? ¿A quiénes les conviene el miedo? ¿Quién cuida el agua, los alimentos? Esta historia pone a prueba los liderazgos en un lugar donde no hay instituciones, y se enfrentan el miedo y la fuerza contra el ingenio, la ética y el colectivo. Y en ciertos momentos cunde el desánimo y la desesperanza.

Estamos viviendo momentos en Chile donde en un mismo espacio de tiempo conviven demasiadas reacciones negativas que alientan esta sensación de desánimo. Coinciden narrativas que destacan que no hay salida a la corrupción y todo está mal; se suman algunos representantes de una clase política ensimismados en logros personales y reelecciones; además un Parlamento que no muestra señales claras de propósitos comunes (los “bienes públicos” a lo menos); y una penetración de redes sociales que son omnipresentes en la construcción diaria de esta sensación.

El desaliento no es sino el agotamiento del estado anímico, una especie de desfallecimiento de las fuerzas, algo así como un “tirar la toalla” colectivamente. ¿Y qué le pasa a una sociedad cuando cunde esta sensación? La verdad que más cosas malas que buenas: desconfianzas crónicas de unos contra otros, ideas peregrinas de que la verdad está en una cadena de whatsapp, falsos héroes que al cabo de un tiempo deben salir arrancando porque eran más humanos que héroes, y un clima donde hay que salvarse uno y no pensar en los bienes comunes.

¿Qué antídoto aplicar al desaliento? ¿Dónde acuden esas energías debilitadas de una sociedad en búsqueda de una inyección de ánimo, de esperanza, de confianza? Es aquí qué las instituciones públicas y los bienes públicos tienen un lugar privilegiado para la convivencia. Las autoridades son temporales, pero las instituciones deben ser lo suficientemente sólidas para resistir populismos, faltas de ética, corrupción y amiguismos. Las narrativas que no muestran un horizonte de mejoras posibles, de cierta esperanza y oportunidades, aquellos relatos que esconden las causas verdaderas y muestran culpables episódicos, se vuelven en contra del estado de ánimo de todos nosotros.

Hay espacio para que las y los ciudadanos confrontemos este desaliento a través de iniciativas colaborativas y colectivas, pero con una condición: necesitamos instituciones públicas modernas, transparentes, participativas, que no discriminen si eres hombre o mujer. Instituciones con controles para evitar la corrupción y la tentación de ser el botín político del gobierno de turno.

Lo público es un espacio único, un lugar común, aquello que preserva la convivencia con las reglas que democráticamente hemos aceptado. Es un antídoto que ayuda a combatir los estados de ánimo y el desaliento que algunos propagan. (La Tercera)

Paula Walker

Dejar una respuesta