El crecimiento de Boric (II)-Claudio Hohmann

El crecimiento de Boric (II)-Claudio Hohmann

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Este fue el título que encabezó una columna que escribí en octubre de 2021 -fue publicada aquí mismo-, un mes antes de la primera vuelta de la elección presidencial en la que finalmente resultó triunfador el entonces diputado Gabriel Boric. Allí hacía notar la inquietante ausencia de propuestas orientadas a impulsar el crecimiento económico en el programa del candidato de la nueva izquierda, previendo que a consecuencia de ello el crecimiento de Boric podría parecerse más al de Bachelet II (el promedio de esos cuatro años fue de 1,9%), que a los altos rendimientos que impulsaron una gran reducción de la pobreza y la gestación de la extendida clase media en Chile.

“En un comienzo, no dimensionamos la importancia de dos aspectos fundamentales que hoy son prioridad en mi Gobierno: el crecimiento económico y tener una perspectiva muy clara en seguridad. Son aprendizajes que he tenido en el camino”, declaró recientemente el Presidente Boric en una entrevista a un medio escrito, con una dosis de sinceridad que no es común en los políticos. Sobre todo cuando se trata de reconocer falencias de esa magnitud. Como reza el axioma jurídico “a confesión de parte, relevo de prueba”. De hecho, el crecimiento económico apenas se mereció algunas pocas referencias en el programa de la alianza política que finalmente llegaría a La Moneda en marzo de 2022.

Desde luego, el reconocimiento del gobernante debe ser valorado en su justa medida, aunque lo haya realizado justo en la mitad de su mandato, cuando se inicia el periodo de mayor complejidad política y, por lo tanto, de menor rendimiento en los gobiernos de cuatro años que se eligen en nuestro país desde hace un cuarto de siglo. También es un reconocimiento implícito del tiempo desperdiciado en sus primeros dos años al mando de la nación, miserablemente perdidos entre un irreflexivo apoyo a la propuesta de la Convención Constitucional, una dudosa reforma tributaria que fue sepultada en el Parlamento, y el posterior anuncio de una Empresa Nacional del Litio, todo un símbolo de lo que no había que hacer para estimular el esquivo crecimiento durante su mandato.

Puede entenderse que un político joven como Boric haya arribado a la más alta magistratura careciendo de algunas aptitudes para un cargo tan exigente como el de la presidencia de la República, pero no una incomprensión de tal envergadura respecto a los factores que hacen al desarrollo de las naciones.

Es cierto que los millennials chilenos crecieron cuando el crecimiento económico parecía una cualidad omnipresente del sistema económico. Les parecía que el país crecía con la naturalidad que florece la hierba en terreno fértil. Pero también lo comenzaron a ver como un productor de desigualdad (aunque en sus mejores años ésta se redujo como nunca antes), y también como un destructor del medio ambiente. Pausarlo hasta detenerlo -despojándolo de toda prioridad en la lista de políticas públicas- les hizo sentido sin pensarlo dos veces. Pero Boric y sus camaradas no eran unos millennials cualquiera, sino que la élite de una generación que aspiraba al poder tempranamente. Se lo debieron pensar dos veces.

Ninguna nación desarrollada, ni siquiera las que suelen ser admiradas en los mentideros de la nueva izquierda, alcanzó el desarrollo pausando el crecimiento económico, pulsando un switch imaginario para ponerlo en ralentí, para luego de un tiempo volver a activarlo como si nada. Todas, sin excepción, cruzaron la meta y se inscribieron en el exclusivo club de los países desarrollados por la vía del crecimiento económico sostenido por décadas. Sin ir más lejos, Chile fue un hijo predilecto de ese crecimiento sin pausa que lo puso a las puertas del desarrollo.

“La ética del crecimiento económico, que fue la nuestra en los ’90, no ha sido la de Gabriel Boric” afirmó en los últimos días Eugenio Tironi. Puesta de esa forma, de una ética que fue abandonada irreflexivamente (como lo reconoce el propio mandatario), la falla se vuelve ininteligible viniendo de quienes debieron (y pudieron) sopesar debidamente sus duras consecuencias. “Son aprendizajes que he tenido en el camino”, dice el Presidente, al tiempo que un par de décimas de punto de crecimiento en 2023, sirven de alivio al gobierno y son un aliciente para ir por más en 2024. “El crecimiento nos cambia el rostro, nos toca a todos”, remata Tironi. Aunque sea tan poco todavía, podría ser una señal premonitoria de una lección aprendida sobre la marcha. (El Líbero)

Claudio Hohmann