Aunque las encuestas muestren que el Rechazo lleva una ventaja, la victoria del 4 de septiembre parece más fácil para el Apruebo. Después de todo, nadie quiere rechazar los regalos que trae el arbolito de Pascua. Además, votar Rechazo es fácilmente caricaturizable como la defensa de la dictadura de Pinochet y su doloroso legado. Porque las campañas importan, es demasiado temprano para declarar ganador en el plebiscito de salida. Pero resulta fácil anticipar que será más fácil prometer que la nueva constitución será la píldora mágica que solucione los problemas del país, que decirle a la gente que el sueño del desarrollo y el bienestar requieren un esfuerzo y sacrificio mucho mayores y que tomará bastante tiempo llegar a la meta.
Una forma de ver las cosas es que el plebiscito de salida ya se perdió cuando el 80% de los chilenos mayoritariamente votó a favor de iniciar un proceso constituyente. Si bien el deficiente desempeño de la convención constitucional ha llevado a muchos a inclinarse por rechazar el texto, una mayoría del país sigue creyendo que la nueva constitución es el santo remedio que solucionará los problemas del país.
Incluso aquellos que llaman a votar Rechazo se esmeran en aclarar que ellos también quieren una nueva constitución. La Constitución de 1980 (o 2005) está muerta. No hay forma de hacerla revivir. Ahora bien, el fin de la constitución actual no significa que el país esté destinado al fracaso. Siempre hubo buenas razones para reemplazar la constitución de Pinochet. Su ilegitimidad de origen y sus pesados cerrojos imposibilitaban cambios razonables y moderados. Esos pasivos innegables contribuyeron al estallido social. Pero promover una nueva constitución nunca debió llevar a la clase política a prometer una píldora mágica para los problemas del país ni a la insensata promesa de que hay un modelo alternativo al capitalismo que nos permitirá alcanzar el bienestar.
Chile necesita una nueva constitución que combine la legitimidad de origen —al ser un texto nacido en democracia— con la profundización de un modelo social de mercado que promueva el crecimiento, la creación de riqueza, la inclusión y la ampliación de oportunidades. El país precisa de una constitución que introduzca más competencia y competitividad al modelo y que se convierta en el puente que permita a los chilenos entrar a la tierra prometida. Pero la nueva constitución es un barco que nos permitirá llegar a destino si y solo si estamos dispuestos a hablar más de responsabilidades y obligaciones que de derechos sociales garantizados.
Las encuestas muestran que los chilenos ansían que la constitución sea el camino para alcanzar el bienestar personal y familiar. Por eso, como la nueva constitución está repleta de derechos sociales garantizados, la gente estará tentada a aprobar el texto. Después de todo, ¿qué es lo peor que puede pasar? Peor que ahora no vamos a estar, piensa la gente esperanzada. Después de todo, la clase política ha puesto el énfasis en los derechos y no en las obligaciones que tenemos como ciudadanos.
El desafío del Rechazo es decirle a la gente que está siendo víctima de una estafa piramidal. Eso siempre es difícil, especialmente cuando muchos de los mismos que ahora llaman a votar Rechazo hace poco eran ardientes defensores del proceso constituyente. Nadie quiere escuchar malas noticias, especialmente cuando esas malas noticias salen de las bocas de las mismas personas que hasta hace poco proclamaban que la nueva constitución sería el santo remedio para los males de Chile.
Es cierto que la alta inflación y el rechazo a la gestión del Presidente Boric alimentarán las filas del Rechazo. Pero Boric ya está en los niveles de aprobación cercanos a la votación que obtuvo en primera vuelta, por lo que es improbable que baje mucho más. Incluso las últimas encuestas lo muestran subiendo. A su vez, la inflación es una mala noticia que le pega con especial fuerza a los de menos ingresos. Apostar a que se mantenga la alta inflación es querer someter a más sufrimiento a esa misma gente que, presumiblemente, los del Rechazo quieren ayudar. Igual que Salomón, cuando sabiamente decidió que la verdadera madre del bebé que estaba siendo disputado por dos mujeres era la que estuvo dispuesta a salvarle la vida al bebé y no aquella que aceptaba que el bebé fuera partido en dos, resulta difícil creer que aquellos que quieren que la inflación aumente están realmente preocupados del bienestar de la gente más pobre a la que llaman a votar Rechazo.
Las campañas importan. Pero las condiciones de la cancha son más favorables a la opción Apruebo que a la opción Rechazo. En buena medida, eso se debe a que, por más de dos años, la gran mayoría de la clase política repitió hasta el cansancio la idea de que una nueva constitución sería un santo remedio para los problemas que aquejan a Chile. Es un poco tarde ahora para empezar a explicar que, para poder tener el nivel de desarrollo y bienestar que queremos, habrá que trabajar mucho más y ser pacientes para esperar que ese trabajo produzca frutos. (El Líbero)
Patricio Navia