Desarma y sangra (la DC)-Roberto Munita

Desarma y sangra (la DC)-Roberto Munita

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Los partidos políticos no mueren; al menos, los viejos y tradicionales (porque la historia de los partidos neófitos, que nacen y mueren al poco tiempo da para una columna mucho más larga y latera que esta). Puede que los partidos viejos se momifiquen (como el Partido Radical, cuya incapacidad de influir en la agenda es prueba de su senectud), pero seguirán ahí, convertidos en viejos adornos, cuyo recuerdo nos impide reciclarlos.

No, señor. Los partidos viejos nunca mueren del todo. Pero sí mueren “como los conocíamos”. Las tiendas políticas, como cualquier organización, a decir verdad, deben estar constantemente renovándose para no morir. Pero también -y como cualquier organización, a decir verdad- los partidos deben conservar algo de su esencia, para mantener no sólo su espíritu y estructura, sino también su caudal de votos.

Huntington lo explica muy bien, en su ya clásica obra El orden político en las sociedad en cambio: las organizaciones deben superar la barrera del tiempo, con adaptabilidad, pero también con coherencia. De lo contrario, explica el autor, la organización comenzará a padecer de desunión, la que -si no se ataja a tiempo- podrá convertirse en desarme. Y desangramiento.

Esto es precisamente lo que está viviendo la Democracia Cristiana (DC) por estos días. Sería injusto decir que vive una de sus peores crisis, porque en el pasado reciente ha conocido de crisis iguales o peores (la expulsión del colorín Zaldívar y la posterior renuncia de varios diputados, el alejamiento del binomio Gutenberg-Alvear, y la partida del lote de Mariana Aylwin, Clemente Pérez y un largo etcétera). Pero si sumamos todos esos momentos al reciente quiebre (en una cosa de semanas han renunciado a la tienda dos senadores, tres diputados y un gran número de importantes dirigentes, como Claudio Orrego o Jorge Burgos) podemos concluir que la DC lleva varios años, e incluso décadas, en una crisis crónica.

Pero la DC no va a morir. Tal como los árboles viejos, que mantienen su tronco aún en los peores inviernos, esperando la promesa de la próxima primavera, hay muchos que se niegan a cerrar la cortina, y esperan -ilusamente- que vuelva los días felices para el falangismo.

No les importa que la opinión pública haya cambiado profundamente desde los ’60 (o desde los ’90), ni que muchos de sus fieles electores hoy están bajo tierra, ni menos que quienes gobiernan hoy el partido admiren al Frente Amplio y busquen mimetizarse cada vez más con ellos; la marca DC sigue pesando, dicen, como autoconvenciéndose de que a veces es más fácil seguir en un partido, que emprender algo desde cero.

Sin embargo, con tal filosofía, es virtualmente imposible que la DC vuelva a liderar algo en el país. Hoy está lejos de ser el partido eje del bloque de centroizquierda, y salvo que un fenómeno cambie la correlación de fuerzas, la DC seguirá siendo un partido cada vez más insignificante.

A pesar de lo anterior, el centro tiene hoy mucho que decir, y eso lo demuestra tanto el frame semántico que adquirió la última campaña del Rechazo, como la fuerza que han conseguido agrupaciones nuevas como el PDG (Partido de la Gente) o los Amarillos. En ese contexto, la agrupación de nuevos bloques que apuntan a electores moderados puede tener una buena oportunidad. Evidentemente, juegan a favor de esta teoría el sistema de partidos actual -que, desgraciadamente, fomenta la fragmentación- y la baja aprobación del Presidente Boric, que ha permitido la emergencia de distintas “oposiciones”.

Pero, por otra parte, los egos y las historias previas de los personajes de esta secuela juegan en contra. Tal como en un comienzo era inconcebible que Soledad Alvear y Gutenberg Martínez no aunaran fuerzas con Mariana Aylwin y su bloque, hoy resulta absurdo ver distintos grupúsculos disputándose la herencia del humanismo cristiano. Si los Amarillos, los nuevos Demócratas y otros líderes de centroizquierda aún “en reflexión” se lo propusieran y formaran un gran partido, no sólo le harían el peso al Socialismo Democrático, sino que además ayudarían a un mejor entendimiento del sistema político: un partido de centro, fuerte y poderoso, abierto a pactar con el oficialismo o con la oposición según el tema, podría ayudar a terminar con la polarización en la que estamos sumidos.

Pero para que ello sucede es esencial contar, ante todo, con voluntad política, virtud que hoy parece escasear. ¿Y quiénes se benefician de esa escasez? Los líderes populistas y extremos, que ven con ojos bien abiertos cómo las posiciones medias dejan de ser defendidas, y con ello, se abre un caldo de cultivo para sus posturas poco reflexivas e irresponsables. Y al final del día, con todo eso, sigue perdiendo Chile. (El Líbero)

Roberto Munita