Crecimiento económico y dignidad humana

Crecimiento económico y dignidad humana

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El crecimiento económico como objetivo político legítimo y prioritario es asediado, al menos, por dos flancos. Por una parte, la izquierda radical —empeñada en una transformación refundacional que garantice la construcción del socialismo sobre las cenizas del “neoliberalismo”— poco interés tiene en mejorar los beneficios del sistema. El crecimiento económico conduce a cambios en la estructura social, a menos pobreza, más movilidad social y a mayor desproletarización de la sociedad, todo lo cual dificulta su labor proselitista y, por eso, no constituye para ella un fin deseable, mientras que un escenario económicamente adverso le es un terreno más fértil y propicio para dichos fines.

Por otra parte, hay sectores de la derecha que desvalorizan estos logros y los asocian al surgimiento del materialismo que nos aleja de los fines trascendentes y del sentido profundo de la humanidad. En ambos casos subyace la convicción de que existe una dicotomía entre crecimiento económico y verdadero bienestar.

El crecimiento económico es un fenómeno nuevo de la modernidad, tras siglos en que la riqueza del planeta se mantuvo estancada, pues cada acumulación de riqueza era devastada por las pestes y las hambrunas. Ello significó por miles de años una vida humana precaria, de subsistencia mínima, alta mortalidad infantil, expectativas de vida muy bajas, y la existencia de una población, salvo un pequeñísimo porcentaje de afortunados, sumida en la pobreza, la ignorancia, la miseria y la opresión.

Es obvio que la obtención de mejores niveles materiales no es el único bien que los seres humanos perseguimos o deberíamos perseguir, pero la realización de estos ideales trascendentes no depende tanto de la política como de otras instancias, las iglesias o las artes y la cultura, encargadas de entregar un sentido profundo a nuestras vidas. Es más, es preciso tener presente el vínculo indisoluble entre crecimiento económico y ciertos bienes indispensables para obtener condiciones de vida más plenas que permiten la realización de las posibilidades y talentos humanos. Aunque nos pese, casi no hay conquista humana que no exija medios materiales para alcanzarse: los avances en materias de expansión de la educación, en salud, en número de años de expectativas de vida, el tiempo de ocio, la cultura y el tiempo para la poesía, todos dependen de poder satisfacer las necesidades materiales y acceder a los recursos que ellos exigen.

El crecimiento permite salir de la pobreza, no solo porque crea empleos y mejores salarios, sino también porque asegura mayores recursos para gasto social y políticas públicas en pro de un desarrollo más integral y equitativo.

Hoy día, en que enfrentamos un declive económico que aumenta la pobreza, es importante tener presente el significado profundo de la superación del estado de indigencia y miseria. No se trata solamente de cifras abstractas en un papel ni tampoco solo del acceso a bienes materiales prescindibles. Salir de la pobreza no es cambiar de quintil en un Excel: significa niños liberados de la desnutrición y de sus perversas secuelas cognitivas; permite desarrollos científicos y tecnológicos que tienden a la democratización de la información y del conocimiento y libera a las mujeres de las tareas domésticas más pesadas; y aumenta las posibilidades de viviendas compatibles con la intimidad que exige la vida familiar, que los campamentos no permiten.

Más importante aún, el salir de la indignidad de la pobreza cambia la autopercepción de quienes transitan a vidas más prósperas y entrega una nueva dimensión de su propia autoestima, dignidad y autonomía.

En suma, desvalorizar el crecimiento económico es prescindir de aquellos niveles de prosperidad que nos han proporcionado los avances más sustantivos en la historia de la humanidad. (El Mercurio)

Lucía Santa Cruz