De vuelta al futuro

De vuelta al futuro

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En años recientes, y en especial desde 2018, la centroizquierda chilena trató de subirse a cuanta micro iba pasando. ¿Son 30 años y no 30 pesos? Claro que sí. ¿Violencia en las protestas? Por qué no. ¿Retiros de fondos previsionales? Vamos que se puede.

Pero se cayó de todas esas pisaderas, que no eran las propias. Tanto le gustó jugar a la refundación que la centroizquierda olvidó que sus votantes prefieren las reformas. Cortejó al joven que protesta y olvidó a la comerciante de clase media a quien ese mismo joven le quemó el almacén. Decidió que el combate a la delincuencia no era un asunto progresista y se lo regaló —junto al anhelo de seguridad— a un pinochetista espeluznante.

La centroizquierda intentó ser popular y solo logró ser despreciada. Por primera vez desde el 89 no está en la segunda vuelta presidencial. Su candidata salió quinta, derrotada no solo por un deslavado vocero del establishment, sino que también por un demagogo que solo hizo campaña por Zoom. Y ahora está a punto de cometer otro error: poner una manzana en su propia boca y entregarse en bandeja a Gabriel Boric, sin negociación o condición alguna.

Es cierto que José Antonio Kast encarna todo aquello que la centroizquierda con razón detesta. Un gobierno de Kast nos haría retroceder décadas en respeto e inclusión. Pero ello no es razón para abjurar de la política: la lucha, con medios pacíficos, por los propios ideales. Precisamente lo que la centroizquierda no hizo en los últimos tres años, pero que hoy, dados los catastróficos resultados obtenidos, debe intentar.

Los socialdemócratas, verdes y liberales alemanes llevan dos meses negociando antes de poner sus votos para constituir un nuevo gobierno. Por contraste, los socialdemócratas chilenos no estimaron necesario negociar ni dos minutos. Boric aún no salía a hablar y el Partido Socialista y el PPD ya le habían ofrecido su apoyo irrestricto. La DC fue más digna, prometiendo al menos un cónclave antes de tomar la decisión.

Se dirá que se busca no un pacto de gobierno, sino un acuerdo electoral, pero esa distinción es frágil. ¿Los cambios tributarios que propone Boric pueden recaudar ocho puntos del Producto Interno Bruto, o la mitad de ese monto, como estiman los técnicos de Provoste? ¿Seguirá Chile abriéndose al mundo, o renegará de los acuerdos comerciales firmados por la mismísima Michelle Bachelet? En un gobierno de Boric ¿sostendría la Cancillería que Nicaragua y Venezuela son dictaduras, como dice ahora el candidato, o democracias ejemplares, como repiten varios de sus socios de coalición?

La centroizquierda tiene la obligación de exigir que se aclaren esos puntos y muchos otros antes de ofrecer su apoyo. A nadie, por más buenismo que profese, puede dársele un cheque en blanco que se gira contra el futuro de Chile.

Pero para decidir qué exigirle a Boric, la centroizquierda tiene que decidir en qué cree. Antes de pretender rescatar a Chile, la centroizquierda debe rescatar su propia alma.

La derecha de Kast cree que puede haber libertad sin al menos una dosis de igualdad; el PC y parte del Frente Amplio creen que si hay igualdad ya no resulta indispensable la libertad. Solo la centroizquierda puede reiterar que ambos están equivocados: libertad e igualdad se necesitan mutuamente.

A diferencia de lo que sostiene la derecha cavernaria, los derechos humanos son intransables. Pero a diferencia de lo que piensa la izquierda rudimentaria, si el Estado no emplea su legítimo monopolio de la fuerza para mantener la paz, los damnificados son, precisamente, los derechos de las personas.

La izquierda y la derecha extremas sufren de arrogancia intelectual: prometen modelos simplones que todo lo explican y políticas facilistas que todo lo resuelven. La centroizquierda, por contraste, comprende que a la verdad nos acercamos a tientas, a punta de ensayo y error. Por eso es reformista: sabe que los únicos cambios duraderos son los que se hacen de a poco.

Pero ser humilde no es sinónimo de descreer de lo logrado. En esta elección y la anterior, la centroizquierda voceó a los cuatro vientos que cuando estuvo en el gobierno lo hizo todo mal y acto seguido pidió que la pusieran de vuelta en La Moneda. Los electores respondieron con una patada en el trasero.

Está por verse qué derrotero tomarán los socialistas. La DC —ya lo adelantó Yasna Provoste— será oposición a quien gane la segunda vuelta. Lo más probable es que los radicales y el PPD terminen en lo mismo, no porque rehúsen ir a la fiesta, sino porque no los invitarán. Alejados de ministerios o embajadas, privados del calor sedante de un cargo público, no les quedará otra que construir. En ese descampado los militantes de los partidos tradicionales se encontrarán con tantos otros —liberales, reformistas e independientes— que creen que Chile no puede seguir condenado a elegir entre dos extremos de tinte populista.

Una centroizquierda que tenga el coraje de sus convicciones. Que no reniegue de su pasado ni hipoteque su futuro. Que haga las cosas bien. ¿Será mucho pedir?

Andrés Velasco

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