Taylor y la democracia

Taylor y la democracia

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El fenómeno Taylor Swift es innegable. Guste o no su música, hay que reconocer que la artista llena estadios, tiene una fanaticada a prueba de todo, gana premios y tuvo por semanas a todo un país pendiente de si llegaba a ver al novio al Superbowl de anoche. Y ahora resulta que su opción política podría inclinar la balanza en las elecciones de noviembre, una influencia única en la democracia estadounidense.

Pero eso parece más una exageración que una realidad.

Sí, hay encuestas que dicen que una parte del electorado (18%) podría definir su voto según la preferencia de la cantante. Los más preocupados son los “republicanos MAGA” (por Make America Great Again, el eslogan del expresidente y candidato Donald Trump), que ven que una decisión de ella podría entusiasmar a votantes de Biden, ya que lo apoyó en la elección pasada.

La Swift no es la primera ni la última celebridad que parece influir en el electorado, pero un estudio académico citado por el Financial Times dice que, en realidad, el respaldo de un o una famosa puede tener un efecto polarizante, tipo “confirmación de sesgo”. Es decir, el apoyo de una celebridad liberal aumenta el apoyo del electorado demócrata al candidato de ese partido y lo mismo entre republicanos y famosos afines. Adicionalmente, cita el diario, el efecto al alza más que se compensa con el repudio que siente el bando contrario por el respaldo y todavía más si se suma el efecto en los votantes moderados, que tienden a sentir más rechazo ante los apoyos marcadamente partidistas.

Muchas otras veces, artistas extremadamente populares apoyaron abiertamente una candidatura y perdieron en su apuesta. A John Kerry lo respaldó Bruce Springsteen en 2004 y a Hillary Clinton, Jay Z, Beyoncé, Lady Gaga y Bon Jovi, en 2016. Ya sabemos cómo terminaron esas historias.

Así es que el efecto no es tal. Pero quizás lo más preocupante son las teorías conspirativas que pululan en las redes y de las que se hacen eco algunos medios de comunicación. Unas dicen que Taylor Swift es una agente del Pentágono para, en un complot de psicología de masas, hacer ganar la reelección a Joe Biden. Otras, menos creativas, dicen que la extensa cobertura mediática al romance de la cantante con la estrella de fútbol americano Travis Kelce, de los Kansas City Chiefs, es un pretexto para darle más vuelo a un eventual respaldo público al Presidente.

Nada de esto tiene sentido y su principal efecto es perjudicar la calidad del debate político en democracia (aunque es incuestionablemente más divertido, más cuando los sondeos dicen que 59% de los votantes “no están muy entusiasmados” o “no están para nada entusiasmados” con la idea de una revancha Trump-Biden en noviembre). El caso es, sobre todo, un síntoma de lo desgastada que está la política, que no logra entusiasmar más allá de las polémicas, aunque la controversia que tomó fuerza hace unos días es seria y potencialmente definitoria: la edad del actual Presidente, 47 años mayor que la supuesta agente Swift. (El Mercurio)

Carolina Álvarez Peñafiel