Sólo una tregua

Sólo una tregua

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Sin duda la noticia de la semana fue la aprobación de la llamada “ley corta de isapres”, sobre cuyo texto ya se ha dicho y escrito bastante. Menos se ha reflexionado sobre el sentido general de su aprobación, aquel que podría convertirla en un instrumento útil para evaluar la condición del diálogo político en nuestro país. ¿La aprobación de la ley representa acaso el comienzo de aquel clima de entendimientos por el cual el Presidente Boric ha abogado con enternecedora vehemencia en todas sus últimas intervenciones públicas? O, por el contrario, ¿no es más que una pausa, una especie de tregua en medio del enfrentamiento permanente, sin paz y con poco cuartel, en que se ha convertido nuestra política?

Lamentablemente para el Presidente, me parece que la aprobación de la ley fue más una tregua momentánea que un cambio en nuestro estado de ánimo nacional.

¿Por qué una tregua? Porque ningún chileno o chilena en su sano juicio habría dejado que colapsara el sistema de salud del país, más aún sin ofrecer una alternativa a ese colapso. Una improbable opción que era todavía más evidente para el gobierno, que sería no sólo el principal responsable de la catástrofe (ante la inminencia de una debacle a él le correspondía ceder), sino que cargaría con todo el peso de la imposible reconstrucción del sistema en el corto plazo. Naturalmente lo de “sano juicio” no aplica para personas enfermas de odio en contra de lo empresarial y que en consecuencia se mueven sólo por el objetivo de destruir las isapres o para quienes siguen la consigna de “mientras peor, mejor” enunciada alguna vez por Lenin como instrumento útil en la tarea de destruir el capitalismo; ni, claro, tampoco para quienes no entienden nada de nada (que de todos ellos estuvo compuesto el contingente de parlamentarios que se opusieron o se abstuvieron en el momento de aprobar la ley).

Pero, quizás con la excepción de las leyes y normas de seguridad pública que se discuten actualmente, ninguna otra decisión política pendiente tiene la angustiante urgencia de aquella provocada por la Tercera Sala de la Corte Suprema con relación a las isapres. Por eso no cabe mucho espacio para la presunción de que las cosas van a cambiar y que, de aquí en más, para el gobierno se vayan a abrir las alamedas por las que pueda avanzar rampante en la materialización de sus políticas.

No hay espacio porque es difícil creer que sus adversarios estén dispuestos a brindarle triunfos políticos a la coalición gobernante, cuando lo que se viene por delante son elecciones en las que se va a terminar de conformar el cuadro de fuerzas políticas que decidirá quién será la o el futuro gobernante del país. Es verdad que es necesaria una reforma definitiva al sistema de pensiones del país, pero seguramente esos adversarios creen que una buena reforma se logrará con ellos en el gobierno y con el respaldo adecuado que logren en las elecciones parlamentarias, y no cediendo ante un gobierno que consideran entercado en su intento de reponer alguna forma de reparto en la reforma al sistema.

En un gobierno de cuatro años es muy improbable que lo que no se inició el primer año pueda comenzarse en los dos últimos, durante los cuales todo ha de leerse en clave electoral.

Y no es sólo que la oposición sea perversamente fría en su cálculo político. Es que desconfían del gobernante, pero sobre todo de sus aliados. Tienen buena memoria y además no ha pasado tanto tiempo como para que olviden el temor que, a todos ellos y a la mayoría del país, les causó la posible aprobación del demencial proyecto constitucional por el que bregaron entusiastamente Boric y sus aliados. Bien podría hoy el Presidente recordar la frase que se atribuye a Saint Just, el “arcángel del terror” de la revolución francesa, quien habría dicho, refiriéndose a los adversarios que terminaron por guillotinarlo: “Pagaremos con nuestra sangre el terror que les causamos”.

Y qué decir de sus propios aliados, que no sólo no se conforman con la que ya es llamada “metamorfosis” presidencial, sino que comienzan a exigir con un tono cada vez más elevado el cumplimiento del programa presidencial original. El inefable Daniel Jadue, que es miembro de la Comisión Política del Partido Comunista, publicó en sus redes sociales “…el salvataje de las isapres no es sólo sucumbir al neoliberalismo, es también consecuencia de no haber avanzado con firmeza para mejorar el sistema de salud pública”. Y el diputado Matías Ramírez, también comunista, declaró a la prensa al referirse a la próxima cuenta pública presidencial: “No tengo muchas expectativas respecto de la cuenta pública, evidentemente el gobierno se ha dedicado a administrar el Estado… en materias como salud, derechos humanos y regionalización no se han seguido los lineamientos establecidos en el programa”.

El gobierno, también puesto en clave electoral, ha anunciado que en septiembre presentará un proyecto de condonación de las deudas del CAE. Era una de sus promesas de campaña y ha de pensar que pondría en aprietos electorales a la oposición si ésta se opusiera a un proyecto que significa un regalo en efectivo para personas que, a pesar de las condiciones que se les han brindado para pagar su deuda (que el pago no sobrepase el 10% de sus ingresos, una tasa subsidiada, veinte años de plazo, eximidos de quedar registrados como morosos en boletines comerciales), se resisten a pagar alegando más bien, como ha hecho recientemente la diputada comunista Daniela Serrano, que esperan “que el mecanismo sea contundente” y que alcance a “la gran cantidad de estudiantes que fueron estafados por la banca”.

Creo que se equivocan en ese entusiasmo y que la oposición no va a caer en una trampa tan simple, aunque, desde luego sí le puede servir al Presidente para calmar momentáneamente los ánimos del PC y del Frente Amplio. Pero el escenario que queda luego de la aprobación de la “ley corta de isapres” no da para mucho más ni deja lugar al optimismo presidencial. Esa aprobación no fue una victoria del gobierno ni una rendición de sus adversarios: fue sólo una tregua y quizás un llamado de atención para que el gobierno comience a pensar seriamente en el consejo de Sun Tzu, el maestro del arte de la guerra, quien hace veinticinco siglos dijo: “Un buen comandante actúa de acuerdo con las circunstancias. Controla su carácter. Cuando ve posibilidades se convierte en un tigre, en caso contrario cierra sus puertas”.  (El Líbero)

Álvaro Briones