Soberbios y belicosos- Juan Enrique Vargas

Soberbios y belicosos- Juan Enrique Vargas

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“La gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa…”, ésta descripción de Alonso de Ercilla por siglos ha llenado de orgullo a nuestros connacionales, lo que explica que sea por lejos la estrofa más citada de La Araucana. Qué duda cabe que contiene dos adjetivos claramente elogiosos: granada y gallarda; pero los mezcla con otros dos que solo una mirada muy especial podría considerar como elogiosos: soberbia y belicosa. Recordemos que son soberbios quienes se comportan con arrogancia y belicosos los que son agresivos.

¿Somos realmente así? Tradicionalmente los chilenos éramos más bien modestos, opacados, quitados de bulla, en el contexto de un país que realmente no tenía mucho de que vanagloriarse. Primero los éxitos económicos y luego los deportivos han cambiado radicalmente esta situación. Nos pusimos pesados, prepotentes y sobradores. Parece que la sobriedad chilena no era tal, sino solo una máscara fruto de circunstancias adversas.

Y qué hay del otro adjetivo, el de belicosos. Más allá de que los textos de historia se han encargado de machacar nuestras victorias militares, lo cierto es que la agresividad nunca había sido considerada como una característica de nuestro comportamiento público y mucho menos una cualidad, hasta estos últimos años. Día a día esto pareciera ir cambiando, la violencia en el lenguaje, en los gestos e incluso la física, va imponiéndose en nuestras relaciones.

Para comprobar lo primero basta con acceder a cualquier red social o blog, donde algo que no sea un ataque pareciera ser un comentario aburrido o intrascendente. Por otra parte, las manifestaciones de violencia física son cada vez más recurrentes, sobre todo cuando las personas pueden esconderse entre las masas. Ya resulta común leer sobre agresiones de grupos o patotas (recordemos que fue una particularmente inaceptable la que dio lugar a la Ley Zamudio contra la discriminación). A ello hay que sumarle los cada vez más reiterados casos de violencia en los estadios y los niveles descontrolados de vandalismo y destrucción que acompañan prácticamente todas las manifestaciones públicas. Por supuesto, también hemos debido enfrentar casos más agudos de uso de la violencia como instrumento de expresión política.

Lo más grave ahora es que lo que parecía una anomalía que se producía entre ciertos grupos o en determinados contextos, que aún podíamos catalogar como marginales y eran objeto de reprobación pública, corre el riesgo de que se naturalice y se tome incluso el debate político. Al menos por lo visto durante las recientes primarias, la agresividad y las descalificaciones personales parecieran ser hoy mucho más rentables que los planteamientos fundados y la discusión de ideas.

Después de todo, quizás no sea tan malo perder de vez en cuando un partido de fútbol, si de pronto eso nos hace ponernos un poco más humildes. Y puede también que alguna lección positiva saquen los candidatos presidenciales del bochornoso debate de Chile Vamos. Hay que ser optimistas, a ver si en una de esas dejamos de ser tan soberbios y belicosos. (La Tercera)

Juan Enrique Vargas

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