Prepisa

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La última medición PISA, que deja de manifiesto el lento avance que experimenta el progreso de la calidad de la educación chilena, hace especialmente pertinente poner sobre la mesa de debate lo que sostiene el famoso sociólogo estadounidense Robert Putnam en su libro más reciente, «Nuestros chicos. El sueño americano en crisis».

El libro en cuestión se funda en tres constataciones que se observan en Estados Unidos, y que seguramente se dan también en Chile: la primera, que las competencias de las que dispone un joven de 18 años es un predictor infalible de su performance en la universidad, y con eso, de su éxito laboral, pero ellas, en su mayoría, ya estaban presentes cuando tenía 6 años, esto es, antes de entrar al sistema escolar; la segunda, que las diferencias que exhiben los niños al momento de ingresar al sistema educacional están estrechamente relacionadas con el nivel de educación de los padres y sus familias; la tercera, que esas diferencias de base se han acentuado dramáticamente en el último medio siglo, al punto que la escuela es impotente en remediarlas mitigando, por su intermedio, la desigualdad.

La capacidad de aprendizaje del niño y su futuro desempeño escolar, sostiene Putnam, están afectados por el entorno y las experiencias acumuladas en el período prenatal hasta los 18 meses.

El tipo de familia no es baladí, y la misma acentúa el gap escolar entre los hijos de pobres y ricos. Quienes viven con sus dos padres biológicos tienen mejores resultados escolares y menos problemas de comportamiento que los que viven con un solo padre. Pero tal situación es cada vez menos usual, en especial en la población con baja educación, donde se agudiza la «desconexión entre crianza y matrimonio», y más en general, entre crianza y vida en pareja, sea porque la parentalidad se toma como una opción voluntaria, porque se disparan las separaciones y divorcios, y porque predominan las familias mono-parentales.

También es diferente el tiempo que destinan los padres a sus hijos, y la calidad de ese tiempo. El contraste es enorme: los niños de familias educadas aprenden de sus padres a controlar impulsos, a seguir indicaciones, y a cultivar su autonomía y autoestima; los padres poco educados, en cambio, están poco al lado de sus hijos, y ese tiempo es de peor calidad, sea porque está mediado por la pantalla de televisión, sea porque predomina una relación enfocada en la disciplina, la obediencia y la conformidad con reglas preestablecidas.

Huelga decir que los padres más afluentes gastan más en los hijos -libros, cursos privados, visita a museos, diversión, viajes-, todo lo cual repercute en mejores resultados. Cuentan también con más redes y capital social, lo que los protege mejor ante los riesgos propios de la adolescencia -» air bags «, los llama Putnam-. Ni siquiera internet iguala: los niños de familias más pobres lo emplean casi exclusivamente con fines de entretenimiento y diversión, mientras los niños de familias ricas le dan un uso mucho más diversificado.

El rendimiento escolar, a juicio de Putnam, se juega mucho antes que los niños pisen un aula y se topen con un profesor. Él depende en gran medida de lo que les ocurre antes que lleguen a la escuela, por cosas que ocurren fuera de ella, por lo que ellos traigan o no traigan consigo al colegio, lo cual está íntimamente asociado a la calidad de las relaciones parentales y familiares.

Para mejorar los resultados que muestra Chile en el test PISA quizás haya llegado la hora de intervenir más activamente sobre este tipo de factores; sobre los factores pre-PISA.

 

Emol/Agencias

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