Por mi mano plantado tengo un huerto

Por mi mano plantado tengo un huerto

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En estos días de encierro y melancolía a la antigua, refresca leer acerca del futuro. Circulan entre nosotros veinte predicciones para la pospandemia recogidas por la revista The Economist, y “La oda a la vida retirada”, de Fray Luis de León (Beatus ille, de Horacio, versión siglo XVI), se me aparece una y otra vez cuando las reenvío y releo. Las predicciones de cambios fundamentales y permanentes abarcan muchos campos. Aquí solo me referiré a los que me alegran el corazón, a cómo se podrá ser más dichoso y más sabio, ojalá, gracias a lo aprendido en la pandemia.

Inglaterra anda más optimista que nosotros, por eso, supongo, puede darse ese lujo y mandarlo de regalo. Algunas de sus predicciones las estamos viendo brotar aquí desde hace unos meses. El trabajo a distancia empuja a las personas, sobre todo a las parejas jóvenes con hijos y a los retirados, a irse de ciudades saturadas, sucias, agobiantes, para instalarse fuera de ellas en entornos más amables. Se asoma la posibilidad de tener un huerto plantado por la propia mano. El cultivo de jardines y plantas de balcón ha servido inmensamente para el equilibrio interno en estos tiempos duros: ver brotar la vida, favorecerla, cuando vivimos bajo la sombra de la muerte. Las predicciones van más allá. No solo querremos jardines, querremos huertos, y comer lo que producimos, tal como lo produce la tierra. No querremos más productos llenos de aditivos para durar meses en bandejas de supermercados. Nuestros nietos se vuelven veganos, y nos hacen ver la carga que significan nuestros hábitos de alimentación para el planeta. No querremos lo que venga del otro lado de la Tierra y que para transportarse llene de humos nocivos el aire que respiramos. No querremos cargar con el sufrimiento animal, porque ya estamos sintiendo su peso sobre nuestras conciencias. En fin: pienso yo (no los expertos de The Economist) que la Tierra se está sacudiendo de encima una especie depredadora y enceguecida, como un perro se sacude las pulgas que lo atormentan. No sé si como especie podemos cambiar; tal vez estos indicios de esperanza se pierdan en las durezas del camino.

Lo más impersonal, medible y objetivable del trabajo se hará a distancia, ganando así mucho tiempo hoy dedicado a traslados peligrosos y contaminantes. Saldremos, pero no necesariamente a la oficina; elegiremos nuestras salidas para combinar trabajo e interacciones personales, formas gozosas de socialización que tanta falta nos han hecho y a las que ya no querremos renunciar, ni en el ámbito personal ni en el laboral, donde tantas relaciones humanas valiosas se van creando.

Cito ahora a The Economist: “Vamos hacia un nuevo comienzo con valores más reales. Muchos comportamientos se transforman y nunca regresarán. Acumular, consumir y vivir por lo material pasa al lado negativo de la conversación. La innovación, la tecnología, lo natural y el pensamiento lateral son la base de la nueva realidad”. Así sea, ojalá, amén, y que alcance no solo a los privilegiados que somos: que nuestras comodidades no vengan del sacrificio de un trabajo esclavizado de personas en el otro lado del mundo.

Mientras tanto otro verso también muy famoso, esta vez en inglés: “They also serve who only stand and wait”. También aquellos que aguantamos cuarentenas, esperando, podemos ser de máxima utilidad para el cumplimiento de los sueños de todos. (El Mercurio)

Adriana Valdés

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