Peter Pan y las políticas públicas- Germán Concha

Peter Pan y las políticas públicas- Germán Concha

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Probablemente somos muchos los que recordamos a este personaje que se mantiene siempre como niño, porque no recuerda sus propias aventuras ni lo que aprende sobre el mundo. Aunque surgió como el protagonista de una pieza teatrala principios del siglo pasado, sucesivas adaptaciones de ella para el cine y para musicales lo hicieron ampliamente conocido por distintas generaciones.

Si bien una representación de la inmadurez como estado permanente puede resultar útil para fines pedagógicos (al menos así se ha sostenido), ella parece muy preocupante cuando se convierte en un modelo a imitar y termina por colarse (e incluso por jugar un rol relevante) en la discusión respecto de las políticas públicas.

Un desafío fundamental que pesa sobre la autoridad pública radica en que las decisiones que ella debe adoptar tengan, más allá de las buenas intenciones, la capacidad real de resolver los problemas que se pretende enfrentar, y generen un estado de cosas que sea mejor que aquel que existía inicialmente. Resolver adecuadamente ese desafío requiere, entre otras cosas, de la capacidad de aprender del pasado y, especialmente, de los errores que se han cometido.

El problema, sin embargo, se produce en la medida que la intención de encontrar a la brevedad una solución para problemas que se perciben como graves y apremiantes puede llevar a creer que para todo existen respuestas simples, virtualmente mágicas, que sólo dependen de qué tanto se quiere algo. Y que, por ende, “pedir lo imposible”, es prácticamente una obligación.

La experiencia enseña que la realidad es más compleja de lo que parece (y, en muchos casos, más de lo que se quisiera), y que desconocerlo sólo empeora las cosas y perjudica a aquellos a quienes se pretendía ayudar. Ofrecer ilusiones en vez de soluciones y pretender que el progreso no requiere esfuerzo y sacrificio y que las limitaciones no existen, no sólo genera grandes frustraciones, sino que debilita la confianza en las instituciones y pone en riesgo una convivencia social ordenada y estable.

Se atribuye a Theodore Roosevelt, alguien ampliamente reconocido por su capacidad de enfrentar directamente los problemas y no caer en la pasividad o el desaliento, la afirmación en el sentido que se deben mantener “los ojos en las estrellas y los pies en la tierra”El problema es que el equilibrio al que alude esa frase requiere de un elemento que no parece estar muy de moda en nuestros días: la madurez. (El Líbero)

Germán Concha

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