¿Libertad de expresión o autoritarismo moral?

¿Libertad de expresión o autoritarismo moral?

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¿Tiene valor la diversidad?

La biodiversidad da lugar a las redes ecológicas en las que se funda la vida humana. Colón pudo conseguir financiamiento para su emprendimiento porque había una diversidad de opciones donde solicitarlo en una Europa cuyo poder estaba dividido en ducados, condados y reinos. La creación de valor se basa en el permanente ensayo y error que una diversidad de agentes efectúan innovando impredeciblemente sobre lo existente. Sí, la diversidad es valiosa e importante.

Pero no es a esa diversidad a la que quisiera referirme. Más bien, es a la diversidad representada por el disenso en los asuntos humanos, a la variedad de perspectivas con que se pueden analizar los problemas que enfrentan las personas y las sociedades, a la diversidad de juicios morales que las personas podemos tener respecto de planteamientos o conductas de otros, en fin, a la necesaria diversidad de argumentos con que es deseable poder desafiar a la autoridad, impidiendo que esta tenga un único criterio presente al momento de tomar sus decisiones.

Los países florecen cuando logran un consenso en el diseño de las instituciones que regulan su interacción social. Sin embargo, para que ese consenso se dé, es necesario que previamente haya habido un disenso, de modo que de la deliberación reglada respecto de esos planteamientos diversos se convenga el mejor arreglo institucional para todos.

Sin embargo, las sociedades abiertas contemporáneas -nuestro país no es una excepción- están crecientemente siendo sometidas a fuerzas uniformadoras contrarias a la diversidad. Un ejemplo de ello fue lo que recién ocurrió en el New York Times. Una columna de opinión de un senador republicano publicada por ese medio, en la que sostenía la tesis, equivocada para muchos, que debía utilizarse a los militares para controlar las protestas violentas que estaban teniendo lugar luego de la muerte de George Floyd por un policía en Minneapolis, mereció el repudio de una mayoría de sus periodistas. El director del diario consideró su deber pedir disculpas públicas, indicando que había sido un error publicarla, y el editor respectivo se sintió en la necesidad de renunciar. La señal que se dio es que no se permitiría la publicación de opiniones contrarias a las de grupos que tienen la pretensión de representar un supuesto sentir moral prevalente.

En 2017, el caso de Bret Weinstein en Evergreen College, cerca de Seattle, se transformó en un símbolo de la intolerancia que se ha instalado en muchos campus de EE.UU. A pesar de tener una postura política progresista, y ser un firme partidario de la política adoptada por esa universidad de que una vez al año los estudiantes de color se tomaran un día sin asistir a clases para que su importancia y contribución fueran apreciadas, cuando se quiso invertir esa lógica, sugiriéndoles estos a los estudiantes blancos que ese año ellos no serían bienvenidos a la universidad durante un día (ausencia no obligatoria, pero altamente recomendada), Weinstein consideró que no había una equivalencia moral con la anterior medida, y disintió. Las masivas protestas y acusaciones de racismo en contra de Weinstein terminaron expulsándolo de la Universidad. Muchos académicos, intelectuales o políticos han sido impedidos de dar conferencias en distintas universidades de ese país, arguyendo que sus opiniones ofenden a sus alumnos o a su claustro. Muchas universidades tienen oficinas especialmente instaladas para recibir denuncias de alumnos que consideran que su profesor se refirió a temas o utilizó palabras que ofenden su identidad, sus creencias o sus valores, lo que se traduce en que el profesor es sometido a un juicio interno al respecto. Ya en 2005, en una conferencia sobre evolución y comportamiento humano en EE.UU., fui testigo del relato público que un respetado biólogo evolucionario de una prestigiosa universidad hizo de las largas penurias sufridas por referirse en una clase a la violación sexual como comportamiento humano, lo que casi le costó su posición.

En Chile, la necesidad de la PUC de dar una respuesta oficial aclaratoria a un reciente comentario irónico sobre la coyuntura política hecho por un profesor de ella por Twitter, el arquitecto Iván Poduje, insinúa que esa casa de estudios considera que sus profesores debieran tener el mismo criterio que ella para analizar la realidad. Cristián Warnken fue denostado por haber “osado” entrevistar al ministro de Salud en medio de una pandemia, como si la animadversión que algunos sienten por el Dr. Mañalich debiera ser la única manera admisible de interactuar con él.

La “corrección política” detrás de todos estos episodios es la doctrina según la cual las personas tienen “derecho” a sentirse ofendidas por las expresiones que emitan terceros, y, en consecuencia, estos deberían inhibirse de expresarlas en el debate público. En particular, grupos que se identifican por su género, orientación sexual o cultura, tienden a invocarla, en lo que se ha dado en llamar “política de identidad”. Pero no solo respecto de la identidad grupal se busca imponer una uniformidad, como lo muestran los ejemplos del NY Times o los casos chilenos relatados. Se trata de impedir la expresión de juicios morales considerados “inaceptables” o de repudiar públicamente declaraciones consideradas “inadmisibles” por medios que van desde la descalificación y el bullying hasta la violencia de las funas. Más aun, son los propios “ofendidos” los que se arrogan el derecho a decidir el acallamiento de su eventual “ofensor”, bajo la excusa de que la postura moral de este último es lo que no puede permitirse que ocurra en la sociedad. Es decir, pretenden ser juez y parte en el caso que los atañe, lo que solo agrava su intolerancia de base.

Estamos en presencia de una peligrosa tendencia. Pretende imponer uniformidad donde la diversidad resulta valiosa. Procura establecer un autoritarismo moral donde se requiere libertad para pensar distinto y tener creencias diversas. Es peligrosa, porque no se advierte en las sociedades abiertas la fuerte reacción contraria que su tradición debería reclamar. Se echa de menos un rechazo más nítido al intento de someter la riqueza de la diversidad a la pobreza de la uniformidad, por querer debilitar la libertad de expresión permitiendo la intolerancia de una inmerecida y, además, autoasignada autoridad. Sorprende la inexplicable facilidad con que esa tendencia se expande. (El Mercurio)

Álvaro Fischer

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