En el plebiscito del próximo mes votaremos si queremos una nueva Constitución, algunos dicen que esa nueva carta será “la casa de todos” y otros la comparan con un “traje a la medida”, con el que cada habitante de nuestro país se sentirá cómodo. Quienes usan estas metáforas intentan transmitirnos que el problema de la actual es que beneficia o interpreta solo a algunos, esa sería la razón por la que es motivo de disputa permanente; la solución es evidente: necesitamos una nueva hecha por todos y para todos, así dejaremos de discutir sobre las reglas constitucionales y enfocaremos nuestras energías a superar la pobreza, entregar buenas pensiones, educación y salud de calidad.
El resultado -dicen “arquitectos” y “sastres”- está asegurado, pues la convención que redactará el nuevo texto necesitará 2/3 de sus integrantes para aprobar las normas; ello obligará a que se alcancen grandes acuerdos y aislará a los extremos, ya que si éstos no se suman a las soluciones comunes perderán toda influencia. Además, como las disposiciones de la actual Constitución no operan como norma supletoria, estamos frente a una verdadera hoja en blanco y, por ende, es acuerdo o nada.
Pero Fernando Atria, que es tan de izquierda como listo, hizo notar que, en realidad, la alternativa a la falta de acuerdo no es “la nada”, sino las normas de rango legal. Es decir, basta 1/3 más uno de los convencionales para sacar de la Constitución todo lo que esa minoría quiera, dejando las materias excluidas entregadas a la decisión de mayorías simples. O sea, daremos estabilidad constitucional con altos quórums a lo que importa menos y, por el contrario, lo más relevante tendrá solo la protección de la ley común. Los padres fundadores reirían a carcajadas si pudieran verlo.
Como este resultado es tan absurdo como contrario al espíritu de promover acuerdos amplios, se propuso lo obvio: que el texto final también requiera una aprobación global por los 2/3, de esta manera el veto del tercio tiene un alto costo para ellos. Hasta ahí no más llegaron la casa y el traje, porque la oposición en pleno se apresuró a decir que no, las reglas convenidas solo disponen que se vote cada norma aisladamente, pero no el conjunto, aunque eso conduzca a un frankenstein jurídico, con disposiciones inconexas o contradictorias.
Ya no me parece tan cómodo el traje, para ser sincero. Algunos aseguran que nada de esto importa, tenemos que ir a la convención sin miedo -salir de la “trinchera” lo llaman- a convencer con nuestras ideas y también he escuchado que no hay nada que temer, pues será una convención llena de patriotas. No tengo miedo, ni dudo del patriotismo de nadie, pero me queda una duda: ¿cómo se construirá la casa de todos con reglas solo de algunos? (La Tercera)
Gonzalo Cordero