La izquierda y el desafío de la rearticulación

La izquierda y el desafío de la rearticulación

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“Cuando la derrota es indesmentible, contundente, inapelable, no se puede esconder su magnitud debajo de la alfombra, como no se puede tapar el sol con un dedo. Intentar hacerlo siquiera no solo es un acto de deshonestidad intelectual, sino también un síntoma de falta de coraje”. Éstas fueron las palabras con las que se refirió Cristián Warnken frente a la derrota de la Nueva Mayoría en las recientes elecciones.

La frase es notable ante la series de episodios que ha vivido la centro izquierda posterior a la caída de Alejandro Guillier, siendo no menor la tortuosa, dolorosa y lenta muerte que vivirá la coalición oficialista a contar del 11 de marzo. Sólo desde allí, se entiende el coqueteo del Partido Comunista al Frente Amplio para rearticularse como un bloque opositor al futuro gobierno de Sebastián Piñera.

En ese orden ideas, las tesis más probables que existirán en función de la rearticulación, serán, por un lado armar un solo y gran bloque opositor, que vaya desde la Democracia Cristiana hasta los sectores más radicalizados del Frente Amplio, o bien, estructurar dos coaliciones, una de corte socialdemócrata moderada y otra de talante asambleísta, donde las ideas sean el eje articulador y no el poder.

Pues si hay algo que queda claro después del proceso electoral, es la existencia de dos izquierdas, cada una con cuerpo y alma, no siendo la “gradualidad de los cambios” el factor determinante de su existencia.

Así, la izquierda frente amplista se caracteriza por su discurso distante del mercado, partidario de los derechos sociales, del igualitarismo como valor absoluto en la esfera de la sociedad, de talante revolucionario –propio de la izquierda latinoamericana- y fieles partidarios del asambleísmo como mecanismo de resolución política. ¿Hay algo de esto que aleje al Partido Comunista?. Mientras que la izquierda socialdemócrata, pareciera ver en la institucionalidad los canales formales –pero no únicos- de participación, a la democracia representativa como valor fundamental y en la gradualidad de los cambios una forma de hacer política. Desde allí pareciera vislumbrarse lo que en algún momento fue el eje DC – PS.

Si la idea de armar una sola gran coalición fuera razonable, cabría preguntarse –teniendo presente la tensión permanente que se vivió al interior de la NM- ¿Qué hay de común entre la izquierda autónoma y la Democracia Cristiana?, ¿aceptará la falange pactar nuevamente con partidos y movimientos que no ven a la democracia como un principio rector?

Por el contrario, si la tesis de la rearticulación pasa por la confección de dos bloques de izquierda, donde las ideas sean el factor unitario, el desafío de la conquista de los espacios entre esos dos tercios será un verdadero reto en función del otro tercio, es decir, la centroderecha.

Solo el tiempo dirá cuáles fueron los caminos escogidos para una verdadera rearticulación, si el valor de las ideas o bien, el valor del poder. (La Tercera)

Felipe Mancilla

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