La (in)discreta fascinación por las recetas kirchneristas

La (in)discreta fascinación por las recetas kirchneristas

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No es gran novedad sostener que el peronismo es una de las buenas armas para tocar el cielo. Así lo ven de manera creciente en la izquierda populista latinoamericana, incluyendo la chilena, a quienes la búsqueda de un nuevo sujeto social les ha resultado algo escurridizo. Debe admitirse que las dos últimas variantes -el kirchnerismo y el cristinismo– están ejerciendo un magnetismo cada vez mayor y surgen las inevitables preguntas acerca del trasfondo de este deslumbramiento que, a la vista de la historia política regional, es relativamente novedoso.

¿Será una simple admiración por el desenfado en el ejercicio del poder?, ¿habrá un aire florentino en la manera peronista de entender la política?, ¿o será el estilo siciliano de relacionarse con sus oponentes?, ¿qué tan aplicable en otros ambientes serán las recetas del matrimonio K?

Dudas hay muchas, especialmente si se le mira desde Chile. Baste recordar que esos dos notables historiadores, Simon Collier y William Sater, sostuvieron que Argentina ha influido mucho en Chile, pero nunca en política. Y se preocuparon de subrayar el “nunca”.

Quizás ese énfasis está dado por el presunto encantamiento de Ibañez con el movimiento argentino. Por eso, otros historiadores nacionales también se refieren a ello con algo de cautela. Reconocen la existencia (aislada) de algunos entusiasmados con el Pocho, como su círculo cercano le decía a Perón, así como también las alabanzas mutuas y esas apoteósicas visitas a uno y otro lado de la cordillera a inicios de los 50. Pese a ello, estiman que nuestro general de la esperanza, buscaba más bien ser reconocido como un general constitucionalista. La historiografía nacional recoge con mayor unanimidad el nombre de María de la Cruz, la primera senadora chilena y feminista, como una de las más fervientes admiradoras que tuvo Perón por estas tierras.

Sin embargo, la fascinación del peronismo en las mentes populistas descansa en la actualidad no sólo en las personas. También en los llamados derechos sociales, tan propio de aquel movimiento de los 40 en adelante, y que, tanto Néstor como Cristina, verbalizan de manera muy teatral. Es la idolatría por el Estado lo que explica en gran medida la admiración por las corrientes K en la actualidad.

Esta contemplación casi extática cabe dentro de lo que Peter Sloterdijk, en su extraordinaria Crítica de la Razón Cínica denomina cinismo quinismo. Son esas características etéreas de los K, incrustadas en su comportamiento político y, desde luego, en su verborragia. Muy probablemente el mayor embeleso lo provoca esa fría habilidad para saber mecerse sobre el abismo y para ejercer el poder con absoluto desparpajo e incluso con cierto glamour. Una combinación única y que los diferencia de esos perturbadores Maduros, Ortegas y Correas, cuyas conductas desalmadas obligan a sus admiradores a estar dando frecuentes explicaciones.

La excepcionalidad de los K está dada, en el caso de él, por su claro pragmatismo con las cuestiones de gobierno que le permitió, mediante soluciones ingeniosas, alinear a casi todos los factores de poder, es decir a los ariscos caciques provinciales y bonaerenses. En el caso de ella, destaca la plasticidad con que maneja las huestes, y esa prodigiosa imaginación para retomar el control de la iniciativa, aún en las circunstancias más adversas.

Néstor fue en realidad zoon politikon en el mejor sentido del término. Su pragmatismo, distinto al de Menem, asombró a las propias filas peronistas, puesto que su salto a la política nacional ocurrió casi por azares del destino e inmerso en condiciones muy difíciles para el país. Aún más, tuvo que hacerlo de la mano del último gran cacique peronista de la época, Eduardo Duhalde. Sorprendentemente, no sólo se desempolvó con rapidez de El Cabezón, como se le conocía, sino que, con igual agilidad, armó un nuevo entramado de poder, estableciendo alianza estratégica con el mundo de los DD.HH. (Hebe Bonafini) y reforzando el viejo sindicalismo (Hugo Moyano). El pragmatismo llevó a Néstor a mantener los ajustes económicos de Roberto Lavagna y buscar en el plano internacional una asociación con Chávez, cuyos petrodólares fueron vitales para salir de la profunda recesión. Fueron años en que las provincias ya emitían su propia moneda. Al fallecer, Lupín, como le decían, generó incluso un hecho político muy insólito, pues ya estaba fuera de las estructuras formales del poder, pero éstas no funcionaban sin su participación activa.

Podría decirse que la pieza magistral de su esquema fue haber diseñado una sucesión matrimonial que es la envidia de cualquier populista. Ni siquiera el sátrapa nicaragüense ha logrado imitarla. Capitalismo estatal, con énfasis en los amigos.

Por su lado, Cristina le ha dado innumerables vueltas de tuerca al movimiento. Su estilo pasó a ser percibido como un rompecabezas muy difícil de descifrar. A diferencia de su marido, es más renuente a los grandes equipos y su trayectoria indica que prefiere entenderse con individuos en ambientes dominados por la lealtad personal. Analistas argentinos escriben con cierta frecuencia que resulta difícil determinar cuándo privilegia las capacidades técnicas, ideológicas o simplemente estéticas de su interlocutor.

Otra de las grandes habilidades que se le reconocen a Álgebra, como le dicen algunos comentaristas locales, radica en saber explotar al máximo las carencias de un movimiento que no dispone de organicidad ni textos fundacionales ni ideas liminares, lo cual deja todo sujeto a la interpretación de quien ejerza el liderazgo. Fue esa destreza la que le permitió recuperar el poder llevando de candidato a presidente a una persona de baja envergadura. Finalmente, a diferencia de su marido, ella prefiere la escenografía revolucionaria (es más amiga de la revolución cubana que él) y suele utilizar un discurso marcado por nostalgias reivindicativas (aunque lo suficientemente difusas como para evitar verificaciones incómodas). Capitalismo de estado, con énfasis en la lealtad.

Pocos podrían dudar que se está en presencia de dos buenos ejemplos para esa izquierda poco interesada en los déficits fiscales y concentrada sólo en su perfil de justiciera.

Por estos y muchos otros motivos, la democracia K parece entregar las mejores recetas para aquellas sociedades, como la chilena, que han entrado en una suerte de una hipnosis que oscila entre el populismo y la demagogia. (El Líbero)

Iván Witker

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