A cuatro semanas de la entrega de la propuesta final de Constitución algunos creen que si gana el Apruebo en el plebiscito se inicia un nuevo Chile de igualdad y derechos. Otros creen que si gana el Apruebo se inicia la decadencia definitiva de Chile hacia la violencia, el desorden y la mediocridad. Lo más probable, sin embargo, es que no ocurra ninguna de esas dos cosas.
¿Significa eso que no hace diferencia alguna si gana el Apruebo o el Rechazo? En absoluto; importa mucho, pero en otros sentidos que conviene dilucidar.
Parece que los humanos tenemos una tendencia a simplificar demasiado los problemas que nos afligen. De allí tal vez la atracción de los cuentos de hadas con varitas mágicas. En el caso de las decisiones políticas ocurre lo mismo. Así, pensamos que la violencia callejera se terminaría con la redacción de una nueva constitución, o que las injusticias sociales se eliminarían con un gobierno de izquierda. No son tan sencillas las cosas…
¿Por qué el plebiscito no cierra tan definitivamente esta etapa como creen muchos, aunque alguno gane por amplia mayoría? Sencillamente porque un país, una sociedad, una economía es un sistema complejo y no un simple objeto que se puede moldear o modificar a la voluntad de alguien. Además, es dinámico: se está moviendo siempre. Un sistema es algo conformado por muchas partes que se necesitan unas a otras para operar. Las partes se afectan e interactúan entre sí, y además tienen cierta autonomía propia dentro de márgenes específicos. Las partes tienen cada una movimientos o dinámicas propias. Inter-dependen cada parte de las otras para hacer lo que hace o puede hacer cada una.
En el caso concreto que nos preocupa, los gobiernos –incluido Presidente, ministros, funcionarios– pueden hacer sólo aquello que una ley les autoriza. Y quien dicta las leyes es el Parlamento. Entonces también todas las disposiciones que establezca la Constitución propuesta requieren leyes para implementarse: para que autorice al Presidente y a cada ministro actuar; para acceder a fondos fiscales para esa acción específica que se propone, para permitirle contratar o trasladar funcionarios que ejecuten, etc. Las leyes no se hacen en meses y ni siquiera en pocos años. Más todavía cuando en un período acotado de 3 a 4 años se proponen muchas y muy complejas simultáneamente. Y donde más de algo puede resultar mal. Si a alguien le caben dudas, basta que recuerde el Transantiago, que buscó transformar algo mucho más acotado, como es el transporte público.
El Parlamento entonces es un jugador decisivo en el actual proceso en curso de redactar e implementar una nueva constitución. Recordemos, ¿qué hace una Constitución? Lo que hace es asignar (y distribuir) poder de actuar, atribuciones, derechos a personas y entidades que participan en la organización y marcha del país. En ese sentido, regulan la forma de vida de las personas: enmarca o limita lo que pueden hacer, producir, ganar, etc. Lo hace a través de leyes. Por ejemplo, a Juan, un agricultor del Elqui, la Constitución a la larga puede disponer que ya no pueda seguir usando los 1.000 litros diarios de agua para regar su potrero como hasta ahora. ¿Por qué? Porque una ley establecerá que ya no tiene validez la Escritura que establece ese derecho, aunque la tenga firmada ante el Notario de Vicuña desde hace 60 años. A partir de cierta fecha la nueva constitución establece que esa Escritura ya no le da más ese derecho a Juan. Pero eso que le pasará a Juan, también le pasará a cada empresa de la gran minería, le pasará a determinados jueces en referencia a su tribunal actual y a las sentencias que puede dictar (y el largo de su carrera) y, muy especialmente, le pasará a los parlamentarios y a los derechos de la Cámara en que sesiona. Cada una de estas personas o entidades tiene distintas formas de oponerse a disposiciones de la constitución que le perjudiquen. Pasada esta etapa, empezaremos a escuchar de ellas y sus efectos. Ahora concluyo con la reacción probable de los Parlamentarios.
El Parlamento, a fin de cuentas, es quien tiene actualmente la atribución de reformar la constitución. Tiene muchas formas de negarse a implementar disposiciones establecidas por la Convención, incluyendo la postergación del análisis de ellas, aunque la Convención las haya aprobado por más de dos tercios de sus votos. La “batalla de las batallas”, no será el plebiscito, como dice el Partido Comunista. La “batalla de las batallas” será dentro del Parlamento entre partidarios y detractores de las propuestas de la Convención para la implementación de la nueva constitución en los próximos años. Y aquí entran dos jugadores adicionales muy importantes del partido que estamos jugando: el Gobierno (Poder Ejecutivo/Presidente) y la Opinión Pública (Resultado del Plebiscito y otras manifestaciones).
¿Qué va a dirimir fundamentalmente el plebiscito del 4 de septiembre, entonces? A mi juicio va ser el piso, base, o punto de partida desde el cual los parlamentarios van a aprobar o modificar los textos propuestos por la Convención y las leyes posteriores requeridas. Sí les hará diferencia a los parlamentarios y gobierno si gana Rechazo o Apruebo, y si es 49/51 o 65/35. ¿Me equivocaré mucho? ¿Qué les parece a ustedes, simples ciudadanos no expertos, ni constitucionalistas ni políticos como el suscrito? (El Líbero)
Ernesto Tironi