Juego de suma cero

Juego de suma cero

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No debería haber dos lecturas. El texto propuesto por la Convención Constituyente —explícitamente vinculado al programa de gobierno de Apruebo Dignidad— fue rechazado por una mayoría sin precedentes, en todas las comunas del país (excepto 8 de ellas), en todas las edades y zonas geográficas y, con mayor diferencia aún, en las comunas con población más vulnerable, como también en aquellas habitadas mayoritariamente por personas de origen mapuche.

A pesar de ello, no parece válido aplicar el concepto de “vencedores y vencidos”, porque esta dicotomía es coherente solo cuando los conflictos se dirimen por la violencia; tras un acto eleccionario solo hay legítimos “ganadores y perdedores”, porque en democracia nadie clava la rueda de la fortuna, salvo tal vez por un lapso muy corto. No es fácil saber con certeza quién ganó en la elección más decisiva de los últimos 30 años, pues las razones para rechazar fueron diversas y múltiples, y quienes votaron en contra de la Carta representan las más diversas convicciones y motivaciones.

Es cierto que no ganó la derecha, como algunos insisten, pero también ganó la derecha. Ganaron los valientes de la centroizquierda que por integridad y honestidad intelectual abandonaron sus filiaciones históricas y sus tribus de origen. Ganó esa mayoría silenciosa a la cual poco importan las ideologías progresistas divorciadas de su realidad y de sus necesidades acuciantes. Ganaron la moderación, el espíritu democrático arraigado en el pueblo chileno y enraizado en nuestra historia republicana desde nuestros orígenes como país independiente, a pesar de sus altos y bajos.

Pero ciertamente hubo perdedores. Perdieron la plurinacionalidad, las divisiones raciales, la excesiva ideologización, la refundación, la polarización, la idea de un país profundamente fragmentado, sin puntos de unión ni características comunes; una dirigencia de constituyentes de pueblos originarios extremista, incapaz de representar los verdaderos intereses del pueblo mapuche, y la política basada en la agudización de las contradicciones. En suma, perdió la izquierda radical.

El problema es que el Gobierno, principal promotor del texto rechazado, dice que esta no es su derrota y que, en consecuencia, no habrá ninguna renuncia a su programa original. Es más, olvida que la aprobación de Apruebo Dignidad y de su programa en primera vuelta fue muy poco mayor al 25% del total de votos y solo ese es su núcleo duro.

¿Cómo explicar esta incapacidad para adaptarse con más sensibilidad al veredicto popular? Pues bien, se trata de representantes de una ideología que parten de la premisa incuestionada de que son los poseedores de una certeza única y final, la cual solo puede ser percibida por ellos, la vanguardia iluminada, y que además, de acuerdo al materialismo histórico, esta verdad estaría destinada, tarde o temprano, a triunfar como fin último. Y si además tienen la convicción de ser los depositarios únicos de la virtud y de la bondad, y sienten que su rol principal es redimir a la humanidad, no solo en Chile sino en el mundo entero (¿también en Jerusalén?), es comprensible que su lema sea avanzar sin transar. El problema es que con estas presunciones es prácticamente imposible construir diálogos democráticos para llegar a consensos.

Tampoco sintonizan bien con el mandato popular los que sí se creen vencedores, que han clavado esa volátil rueda de la fortuna y que pueden alcanzar la totalidad de sus aspiraciones políticas a pesar de que 4.860.093 chilenos, vale decir, un 38,14%, unos con más entusiasmo que otros, estuvieron dispuestos a aprobar un texto constitucional tan radical. La única solución, entonces, para convivir en paz, es que dejemos de jugar a un juego de suma cero en el cual el que gana lo gana todo, porque el que pierde lo pierde todo. (El Mercurio)

Lucía Santa Cruz