Hasta siempre, presidente

Hasta siempre, presidente

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Van pasando los días. El impacto de su partida y su maravillosa despedida empiezan a dejar espacio al vacío de la cotidianidad. El dolor permanece y la ausencia aparece haciéndose con fuerza.

Tantas imágenes y recuerdos emocionantes de miles y miles de compatriotas en cada lugar de nuestro país expresando su cariño y de otros miles haciendo filas en torno al ex Congreso Nacional, para despedirse personalmente. Horas bajo el calor sofocante no debilitaron su expresión de amor y admiración, y quienes pudimos conversar y recibir su pésame, solo tratábamos de contener nuestras lágrimas ante sus palabras y profundas muestras de respeto y admiración.

Cada discurso de las máximas autoridades del Estado de Chile valorando su amor y entrega al país. Sus enormes capacidades, su fuerza y perseverancia, su gestión y acción, sin otro interés que servir a su patria; el emocionante recuerdo del expresidente Eduardo Frei de sus padres y la profundidad del mensaje de monseñor Chomali, al igual que todos los que hicieron uso de la palabra, permanecerán siempre en la memoria de Chile. Hemos podido leer y releer columnas, cartas, entrevistas de todos los sectores en que valoran y destacan también su personalidad y nos buscan entregar luces sobre su legado.

Me gustaría agregar que creo que el mejor y más profundo de ellos lo vivimos en estos días. Como son los designios de Dios; desde su partida, se expresó un cariño y una admiración ciudadanos que nos mostró el rostro más humano de un Chile que creíamos perdido. El presidente había logrado lo que tanto anheló, tocar el corazón de las personas a las que quiso servir con toda su entrega y abnegación desde la Presidencia de la República.

Quienes tuvimos el orgullo de acompañarlo, desde todo el país y cruzando generaciones, creo que coincidirán conmigo en que existían tres grandes amores y pasiones que explican este liderazgo inédito.

Su amor a Dios. El presidente Piñera fue un hombre de fe profunda, sin aspavientos ni intransigencias. Siempre reflexiva y respetuosa. Una fe comprensiva y acogedora. Una fe curiosa y exigente. Quiso siempre ser fiel al Evangelio de Cristo, obviamente con las naturales debilidades y flaquezas de cada uno de nosotros. Pero nunca abandonó ese camino de amor cristiano. Aquí encontró sus motivaciones, inspiraciones y consuelos. En ese mismo amor a Dios descansó un político poco habitual, uno que no guardaba rencores ni hablaba mal de sus contendores.

Su infinito amor a su familia. Junto a Cecilia, su auténtica compañera, consejera y verdadera contención, el amor de su vida y su compañera fiel y leal, construyeron la mejor y más trascendente de sus obras y legados: su familia.

El amor incondicional e infinito a sus hijos, Magdalena, Cecilia, Sebastián y Cristóbal. La admiración que sentía por cada uno de ellos. El orgullo que transmitía al contar sus alegrías y esfuerzos, y la tristeza al conversar de sus dolores. Y todos fuimos testigo de la felicidad incomparable que sentía junto a sus nietos. Los más chicos lo hacían volver a sentir la alegría de ser un niño y los mayores, lo entretenían y le generaba fascinación conversar con ellos, conocer y profundizar en sus reflexiones y curiosidades.

Pero los Piñera Morel no fue la única familia que construyó. El presidente siempre supo que esta misión no era posible de hacer de manera solitaria. Que se necesitaban equipos, personas comprometidas, colaboradores dispuestos a darlo todo. Por eso lo que vimos estos días no fue un equipo, fue una verdadera familia desplegada, queriendo hacer de esta ceremonia una digna del que fuera su jefe, pero también un entrañable consejero y amigo. Porque el presidente Piñera hacía eso. Construía puentes, sentaba en la mesa a personas distintas y buscaba pares improbables, porque no le importaba realmente desde dónde venía cada uno, sino si realmente iban todos al mismo puerto de destino.

Y finalmente, su amor por Chile. Cómo quiso y se entregó a nuestra patria. Este camino fue una decisión que nace en la convicción. Fue el camino menos cómodo, por lejos, pero optó por su deber cristiano y seguir la formación de sus padres, entregándose a servir a nuestro país y a su gente. Horas y horas de trabajo incansables, de entrega total, de preocupación diaria —fuera o no presidente— por los problemas, sentimientos y esperanzas de las personas.

Qué testimonio más claro y reciente que la noche anterior a su muerte; en su block y con lápiz rojo anotaba distintas medidas para ayudar al drama de los incendios. Y se lo transmitía esa misma noche a las autoridades y se ponía él y sus equipos de colaboradores a disposición del Gobierno, para ayudar en esta tragedia que hemos vivido como país.

Que su muerte no sea en vano y que todos, sin exclusiones, podamos hacer realidad su sueño, ese que le dijo a su hijo Sebastián y quedó grabado para que nos resuene no solo hoy, sino que cada día y por siempre:

“Sueño con un Chile más unido. En que todos nos reconozcamos como iguales en dignidad y derechos, un Chile más libre, más justo y próspero. Sin violencia y en paz. Sueño con un Chile en que todos sus hijos puedan desarrollar sus talentos que Dios nos dio, realizar sus proyectos y alcanzar sus sueños… Un Chile que todos podamos vivir en familia plena y feliz junto a nuestros seres queridos. Si podemos soñarlo, podemos lograrlo”.

En unidad, aquí está la misión y el camino a recorrer juntos. (El Mercurio)

Andrés Chadwick