Hablar con la guata- Pablo Valderrama

Hablar con la guata- Pablo Valderrama

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Lo que nos han enseñado los últimos días es que la política se juega también en las emociones. Nadie podría elaborar un diagnóstico nítido de las razones que motivan al movimiento social; sin embargo, sabemos que todas ellas están arropadas por un sentimiento de indignación y rechazo. Sabemos más de las emociones que de las razones y, por lo mismo, para apagar el fuego, hay que hablar más con la guata que con la cabeza.

El Gobierno debe jugar en esa cancha también. Los diagnósticos racionales y la técnica son importantes, por cierto, pero los buenos argumentos probablemente no apagarán el fuego. De allí que la arena de los símbolos tome tanta relevancia en estos días. En ese sentido, el cambio de gabinete fue un símbolo, y la juventud su eje principal (es más, el presidente Piñera terminó la descripción de cada ministro contándonos cuántas primaveras han vivido). Un cambio necesario, pero que sólo sirve para calmar en algo los ánimos. Se necesita más.

Frente a esto, la izquierda propone una nueva Constitución. Un nuevo pacto social elegido por todos los ciudadanos. Otro símbolo, evidentemente, ya que nadie pensará que un cambio en el papel producirá una alteración drástica en la vida de las personas. La Constitución cumple un papel importante, obviamente, pero no tiene capacidad ejecutiva. La izquierda lo sabe, y aunque prometa que esta nueva Constitución mejorará sustantivamente las rutinas diarias de la gente, entiende que lo más relevante es el símbolo que en este cambio se esconde.

La derecha, por su parte, aún está en búsqueda de sus símbolos. Entiende que una agenda social con anuncios específicos tampoco calmará las aguas por sí sola, pero no se ve muy claro hacia dónde quiere ir o, si se quiere, qué cambios profundos desea impulsar. Y frente a esto se enfrentan dos tesis. Por un lado, quienes creen que lo que Chile necesita es orden público y crecimiento, es decir, restaurar la tranquilidad y dar dinamismo a los mercados. A fin de cuentas, el crecimiento económico es la mejor política social –pensarán estos adherentes– y para ello es indispensable aplacar la violencia. La otra tesis, en cambio, al tiempo que reconoce que el orden público y el impulso económico es relevante, entiende que estos se tratan de ciertos mínimos en política (aproximaciones necesarias, pero racionales, por lo que poco dialogan con lo emocional) y que son necesarios cambios estructurales profundos.

Un ejemplo concreto es lo que ocurre en el sistema de pensiones. Si parte de la izquierda quiere volver a un sistema de reparto, la derecha tiene dos alternativas: mantenerse en pie, aferrada al sistema tal cual está, o bien, proteger lo relevante –capitalización individual con componentes de solidaridad– y cambiar las estructuras organizacionales que allí participan. Dicho en simple: las AFPs no son dogmas, por lo que más vale mantener lo que haya que salvar y cambiar lo que es necesario modificar.

En los tiempos que corren no hay margen para ningún extremo: tanto para la izquierda refundacional como para el inmovilismo de derecha. Se necesitan voces políticas que, al tiempo que reconocen los avances, entiendan que para apagar el fuego hay que realizar cambios profundos y que, por lo mismo, hablar desde lo emocional y simbólico es la única alternativa con la que cuentan.

El Líbero

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