El aserto se basa en el 55% que totalizaron los 6 candidatos presidenciales que ocuparon toda la gama imaginable de coloración política, desde la centro hasta la ultraizquierda. Pero los dos representantes genuinos de la coalición de gobierno -Guillier y Goic- sumaron solo 28%, un guarismo muy similar al que arrojan las encuestas acerca de la popularidad del Gobierno o el grado de aprobación que suscitan sus reformas. Basta una hojeada a sus respectivos programas para corroborar que -aunque plantearon concluir la tarea iniciada- están muy lejos del espíritu retroexcavador de la fase inicial del Gobierno. En cambio, los otros cuatro candidatos -entre los que destaca el Frente Amplio y su 20%- no disimularon su oposición al Gobierno y su preferencia por reformas más extensas y más profundas. Esas dos izquierdas son demasiado diferentes como para ser subsumidas en un único bloque «progresista».
Parte de la izquierda opositora apoyó a Bachelet el 2013 y celebró sus medidas tributarias y educacionales, dirigidas contra «los poderosos de siempre». Pero se volvió en contra cuando advirtió el giro del Gobierno, de mediados de 2015, bajo el lema del «realismo sin renuncia».
La centroderecha obtuvo un 45% en la primera vuelta presidencial -agrupando los votos de Piñera y Kast- y conquistó una contundente representación parlamentaria (44% en el Senado; 47% en la Cámara). Tal vez el pobre desempeño de la economía hacía prever un resultado más favorable, pero -después de todo- consiguió remontar plenamente la caída sufrida en 2013 y ha regresado a una posición semejante a la de 2009, conquistada cuando el desempleo ascendía al 10% y bajo el sistema electoral binominal.


