El tiempo de la voluntad

El tiempo de la voluntad

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¿Qué significado poseen los sorprendentes resultados de la elección de convencionistas? ¿Qué efecto tendrá en la vida política la alta votación a favor de los independientes?

Si hasta la última elección presidencial primaban en Chile las reglas, buenas o malas, y el principio de realidad, ahora comienza el tiempo de la voluntad. Este es el principal efecto de los resultados de ayer. Sí, es verdad, la derecha fue derrotada y la izquierda concertacionista fue desplazada por la izquierda iliberal.

Pero en el subsuelo de esos resultados late un factor que es el más importante de todos. La vida pública chilena comienza ahora a anegarse de pura voluntad.

Desde hace más de un año —y el resultado de ayer se relaciona con esto— ha venido cundiendo en la sociedad chilena la idea de que la vida social depende, ante todo, de la voluntad, de la capacidad de empujar por esto o aquello hasta lograr alcanzarlo. Este clima cultural encontró en las medidas para mitigar los desgraciados efectos de la pandemia una estructura de plausibilidad, una experiencia que hizo verosímil el poder de la voluntad. Durante algunos meses Chile ha vivido la experiencia de que la voluntad puede multiplicar los panes. Y esa experiencia ha hecho plausible y ha fortalecido la idea que es ella, la voluntad, y no la realidad que se le opone, la que en la vida social tiene la última palabra.

A ese fenómeno se suma la crisis de la representación política, la desconfianza en los partidos y la pérdida de prestigio de quienes los lideran (a lo cual, desde luego, ellos mismos han contribuido con raro entusiasmo e increíble torpeza). La tradicional mediación entre la ciudadanía y el poder del Estado se ha deteriorado. Los independientes son figuras que en su mayoría no esgrimen ideas, sino la voluntad de promover este o aquel interés, este o aquel punto de vista relacionado habitualmente con una identidad. Se trata de figuras que creen que la mejor representación es la ausencia de toda mediación y creen que es posible sustituirla por el simple transporte de las demandas que, al amplificarlas, les han permitido ser elegidos.

La suma de ambos factores —el clima cultural y el triunfo de los independientes— permite augurar que a contar de hoy comenzará, en la vida política chilena, el tiempo de la voluntad.

Sus peligros son obvios.

Desde luego, la voluntad separada de los partidos acaba tarde o temprano deteriorando la democracia y siempre arriesga el peligro de amplificar las demandas ciudadanas en vez de racionalizarlas y conducirlas. Los partidos políticos, de izquierda y de derecha, tienen la virtud de racionalizar la vida, procesar las demandas de las personas a través de una cierta idea global, y finalmente contener la mera subjetividad configurando escalas de preferencias para la adopción de decisiones. Los independientes, en cambio, siempre ceden a la tentación de atarse a demandas específicas, más que a ideas globales, lo que deteriora la democracia representativa. En una palabra, si la política siempre padece la tentación de reñir con el principio de realidad, ello es más acusado aun tratándose de los independientes.

Pero los hechos son los hechos. Y los partidos repetirán la frase famosa: qué le vamos a hacer. Aquí nos tocó. La región más transparente.

Comenzará entonces en Chile un período en el que la vida social se imaginará a sí misma como si dependiera ante todo de sí, envuelta en la ilusión de que no hay nada, o casi nada, que se le oponga. No es esta una decisión personal de quienes han triunfado, sino un clima cultural que hizo posible su existencia y orientará, como una atmósfera invisible, el tiempo que viene.

Carlos Peña

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