El teatro del abuso-Vanessa Kaiser

El teatro del abuso-Vanessa Kaiser

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A veces la imaginación nos salva de la realidad y, por un momento, es posible creer que- en los últimos diez años- Chile no se lanzó voluntariamente por el despeñadero, sino que estamos pasando por un mal momento. Pero la realidad es tozuda e insiste en demostrarnos lo contrario. Un mínimo de franqueza nos exige reconocer que el reciente caso de violencia desatada en Iquique es parte de una nueva realidad que avanza intensificando su dramatismo en un lenguaje de irrevocable fatalidad. Es ahora cuando experimentos teóricos -como la Alegoría de la Caverna de Platón o la Máquina de las Experiencias de Robert Nozick- pueden resultar útiles a quien busca una mayor claridad sobre dramas como los que nos aquejan.

Así lo invito, estimado lector, a hacer conmigo el siguiente ejercicio. Imagine que ponemos a todos los actores relevantes de los últimos tiempos sobre un escenario y los obligamos a confesar qué fue lo que hicieron mal. ¿Con qué fin?, podría usted estarse preguntando. Bueno, para resolver nuestros problemas necesitamos claridad sobre su origen y, me parece que una situación teórica como la descrita ayudaría mucho.

Antes de comenzar, reunamos a los actores en grupos: políticos, empresarios, burocracia estatal -incluyendo profesores-, académicos y comunicadores. Todos ellos son los que, desde la teoría libertaria, componen la clase política responsable de las calamidades que nos aquejan.

Es fácil imaginar la confesión de políticos como Soledad Alvear, Carlos Larraín, Camilo Escalona o Jovino Novoa: que se equivocaron cuando, en lugar de fortalecer la democracia y recambio de autoridades en los partidos, permitieron su captura interna por personajes que, una vez en las cúpulas del poder, decidieron permanecer ahí para siempre. Además, no legislaron nunca a favor de limitar su propio poder, endurecer los delitos de cuello y corbata y exigir la aplicación de la ley, “caiga quien caiga”. De ahí que, ganando sueldos que los alejaron de la vida del ciudadano común, comenzaron a despreciar el esfuerzo y mérito de quienes con su trabajo diario sostenían el alto nivel de vida parlamentario. La gente se cansó de tanto abuso y salió a las calles a protestar, se compró el cuento de la Convención Constitucional y obtuvo… sólo más de lo mismo. ¿A dónde nos llevó la total ausencia de democracia partidaria y faltas a la ética básica de los políticos apernados? A la atomización del sistema de partidos y a la repudiable colusión entre ciertos sectores del poder político y otros tantos en el poder económico. Esto nos lleva al segundo grupo, el de los grandes empresarios.

Si a ellos les preguntáramos qué hicieron mal (algunos después de las clases de ética), podrían responder que muchos en su sector se equivocaron al coludirse entre sí y con algunos apernados miembros del poder político. Nos dirán que no respetaron el libre mercado bajo el falaz argumento de que “la pecera es muy chica” y que, pensándolo bien, podrían haber pagado las facturas al día, mejores sueldos, pero, sobre todo, haber puesto un límite al instinto del lucro, respetando la legislación vigente. Eso era todo lo que Chile necesitaba: que se respetara la ley de universidades sin fines de lucro, se abriera la banca a la competencia internacional, se ponderara con justicia el valor del trabajo e invirtiera en capital humano. Pero, con leyes laborales draconianas y jueces marxistas que pretenden igualar desde el podio, cometiendo todo tipo de fechorías jurídicas, se tienen siempre excusas razonables para actuar en pos de un beneficio propio que no conoce límites cuando “todo tiene un precio.” Fue así como la gente se cansó del abuso y salió a las calles a protestar mientras muchos del grupo de los empresarios seguían financiando la fabricación de la soga con la que, como dijo Lenin, los van a ahorcar. Basta ver los millones que gastan en centros de pensamiento, universidades y propaganda mediática cuyo lema puede resumirse en la siguiente máxima de Bertolt Brecht: “Hosanna que liquiden al empresario” (Auge y Caída de la Ciudad de Mahagonny). Es en este nexo donde se abre el espacio para preguntar a académicos y comunicadores sobre lo que han hecho mal.

En breve, lo que han hecho mal es fabricar la soga con la que van a liquidar al empresario, cuyos defectos pueden ser incontables, pero sus escasas virtudes muy necesarias para el desarrollo de cualquier sociedad. De ahí que requieran de una regulación razonable y estricta que la clase política no estuvo dispuesta a diseñar. Pero, como dicen por ahí, el rancio maniqueísmo del socialista que vive de dineros estatales con su Manifiesto bajo el brazo y la fuerza del resentimiento en su corazón, hizo un trabajo más importante y profundo. Me refiero a la captura de las mentes de muchas buenas personas y a la reconfiguración de sus estructuras valóricas rediseñando lo que cada quien entiende por bien y por mal. Así fue como manipularon desde la culpa a la Concertación, que se volvió autoflagelante, a la derecha que se puso los ropajes de “lo social”, a los empresarios que deseaban tranquilidad de conciencia y a un largo etcétera de ciudadanos. Entre ellos se encuentran los profesores, los jueces y burócratas de profesión que, a diferencia de los operadores políticos, sí hacen la pega.

En suma, si antes el país se dividía entre personas honestas y deshonestas, lo que los comunicadores y académicos hicieron fue reconfigurar el mapa del inconsciente colectivo. Los nuevos puntos cardinales de nuestra sociedad provocarán la caída del telón de este teatro del abuso en el que nadie estaba cansado del abuso de los líderes de las comunicaciones, los opinólogos ni de los académicos. La gente se tragó el cuento y se convenció de que la violencia era el único modo de hacer las transformaciones sociales. Las hordas avanzaron, como una marea incontenible, legitimando el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. En medio del absurdo al que nos lleva la violencia, se ha visto a parte de la misma marea volcarse en contra de la inmigración en el norte, mientras otros destruyen la paz y el derecho de propiedad en el sur. El broche de oro brilla con la emergencia de un poder constituyente cuyo único rasgo genuinamente “originario” parece ser el de llevar al extremo los abusos de los que todos los chilenos estábamos cansados. (El Líbero)

Vanessa Kaiser

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