El segundo tiempo

El segundo tiempo

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Lunes 5 de septiembre de 2022. Elija usted el titular de prensa: “El Apruebo ganó ayer por un margen estrecho”. “El Rechazo ganó ayer por un margen estrecho”. Parecieran ser dos escenarios muy distintos, pero en realidad no lo son tanto. Y en ambos el Congreso tiene que tomar responsabilidad y el Presidente de la República tiene que jugar un rol protagónico.

Entregado el borrador de Constitución que se someterá a plebiscito se acabó el tiempo para especular con cuáles serán los contenidos; se acabó el primer tiempo, el tiempo de la Convención. Lo que se viene ahora, quizás con un breve intermedio, es el tiempo para enfrentar con anticipación el desafío del día después, cualquiera sea la opción que gane. Pronto debe comenzar el segundo tiempo, el tiempo del Congreso y del Presidente.

Si partimos del supuesto de que el resultado será estrecho, como los datos actuales lo sugieren, y luego de una campaña que se prevé de mucho antagonismo, se acrecentará la polarización y se hará aún más difícil la gobernabilidad. La Convención habrá fracasado en haber acordado una Constitución que concitara el apoyo de una gran mayoría de ciudadanos, que era el mandato implícito que se le entregó, pero eso ya será historia. Mirando hacia adelante, en lugar de recriminarse habrá que preguntarse qué hacer.

Si gana el Rechazo, seguirá vigente la actual Constitución —de 1980 o de 2005, de Pinochet o Lagos, como usted prefiera—, pero con una validación ciudadana demasiado baja como para pretender afirmar en ella el orden institucional. La labor prioritaria y urgente del Congreso, desde ese mismo día lunes en la mañana, será la de dar lugar a un nuevo texto constitucional. Las vías para hacerlo son varias, cada una con sus pros y sus contras: reforma constitucional trabajada y aprobada por el propio Parlamento, y ratificada por plebiscito; llamado a elección de una nueva Convención para una nueva Constitución; designación de una comisión de expertos que elabore el texto de una nueva Carta Magna, sancionado por el Congreso y por la ciudadanía; o variantes de estas alternativas. ¿Plazo para terminar el proceso? El menor posible. ¿Plazo para comenzar el proceso? En lo formal, el 5 de septiembre; en lo informal, lo antes posible.

Si gana el Apruebo, tendremos una nueva Constitución, pero que no tendrá suficiente validación ciudadana y, peor aún, que seguirá generando incertidumbre, por los múltiples vacíos que existen en sus definiciones y por la imposibilidad práctica de implementar varias de sus innovaciones. La gradualidad que establecerán las normas transitorias ayudará, pero no será suficiente. El Congreso no se podrá limitar a discutir la infinidad de reformas legales que exigen las nuevas definiciones, sino que tendrá, derechamente, que entrar a reformar la Constitución recién aprobada. Los nuevos quorum lo harán posible, pero se requerirá un acuerdo político amplio, al que algunos sectores no querrán concurrir, bajo la consigna de que sería alterar la voluntad ciudadana, aun cuando cerca de la mitad de la población haya votado en contra. ¿Plazos para acometer este desafío? Son menos urgentes que en el otro escenario, pero igualmente esta deberá ser la primera prioridad para el Congreso.

Si en uno y otro escenario el Parlamento tiene una responsabilidad ineludible y debe abocarse al trabajo constitucional para evitar una crisis de polarización y gobernabilidad, el rol que está llamado a jugar el Presidente de la República es igualmente vital. En sus hombros recae el desafío de acercar a una ciudadanía dividida entre el Apruebo y el Rechazo y el de propiciar acuerdos políticos que ayuden a los parlamentarios a abordar la labor que les cabe. Esto último bien puede significarle un quiebre de la actual coalición de gobierno, pero también le abre la opción de reformularla y fortalecerla. Aunque su preferencia era postergar el asunto constitucional para dejárselo a la próxima administración, el margen estrecho con que se decidiría el plebiscito obligará al Presidente Boric a gastar su liderazgo aquí, con astucia y con coraje.

Lunes 6 de octubre de 1988. Un día de alta incertidumbre y una población dividida ente el Sí y el No, entre el temor y la esperanza. Pero el sentido de país y el pragmatismo que caracterizaron a quienes, de uno y otro lado, tenían en sus manos el destino de Chile, condujo a que el 30 de julio de 1989 un 91% de la ciudadanía votara Apruebo, en lo que fue la primera reforma a la Constitución de 1980 y el símbolo más importante para evitar la polarización y abrir el camino al progreso. (El Mercurio)

Juan Carlos Eichholz

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