El PC y la democracia

El PC y la democracia

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La Torre de Babel contemporánea es la tendencia a mencionar cosas muy diferentes con el mismo apelativo. Eso sucede con la palabra “democracia”, un término muy poroso, y a la vez ambiguo y manipulable, pero que en el siglo XX adquirió un valor tan relevante que ningún grupo quiere o puede dejar de adherir a él, así signifique conceptos muy distintos y opuestos.

Se acaba de publicar un excelente libro, que debería ser lectura obligatoria para todos los que defienden las credenciales democráticas del Partido Comunista chileno. “La Hora del Pueblo. Historia intelectual de la democracia” analiza la forma en que diversos grupos políticos se relacionaron entre 1945 y 1965 con la democracia, entendida ella como “una democracia representativa con separación de poderes, basada en un sistema de partidos y sufragio universal, contenida en un Estado de derecho y promotora de derechos civiles y libertades de prensa, reunión y asociación”.

Para eso examina, entre otras, la doctrina y praxis comunistas en Chile, a través del pensamiento de sus líderes intelectuales más significativos. En todos la crítica a la democracia “formal”, “burguesa”, “legalista” y a “la llamada” democracia representativa, es implacable.

Ello nos recuerda nuestra reciente experiencia, cuando la izquierda radical basó su diagnóstico en una violenta descalificación del itinerario de la democracia chilena, no solo desde 1990, sino de toda la historia nacional desde 1810; e intentó refundar el país de acuerdo a un modelo muy distinto a la democracia representativa liberal. Lo cierto es que existe una oposición radical e insoluble entre el comunismo y sus vertientes socialistas marxista-leninistas, por una parte, y la democracia liberal representativa, por la otra.

Como consigna el libro, el PC reconoció siempre a la URSS, hasta su ocaso, como “la cabeza de las naciones democráticas y progresistas”, pues allí existía “una auténtica democracia proletaria y revolucionaria comandada por el partido” y no “una de modos electorales”. Corvalán, al igual que los comunistas que hoy defienden a Maduro, sostenía que la “URSS es hoy en día el país más democrático del mundo”. Así, para el PC, la democracia depende de la existencia de un partido único que concentra la totalidad del poder, sin procesos electorales, con dictadura del proletariado y sin derechos y libertades humanas.

Respecto a los métodos aceptables, siempre abogaron tanto por la revolución pacífica como por la insurreccional, estimando que no eran antagónicas ni reñidas con la democracia, pues “la violenta, al contar con la voluntad y el apoyo popular, también podría ser democrática”, y “lo relevante es la revolución y no los métodos empleados”.

Ello explica por qué hasta el día de hoy los manuales del PC incorporan el entrenamiento de cuadros militares para sus militantes como parte de su formación, pues como sostenía Corvalán, era necesario que el movimiento popular rompiera “con el lastre del legalismo y se guíe, antes que por las leyes y la Constitución dictadas por la burguesía, por sus propios intereses de clase”.

La lectura de esta obra debería contribuir a despejar la creencia de que toda oposición al comunismo es simplemente una reacción odiosa y visceral de sectores retrógrados, y admitir que no proviene de prejuicios infundados, sino que es el resultado de conocimientos históricos respecto a las doctrinas de Marx y de las teorías del pensamiento y obras de Lenin y Stalin. En muchos casos, el escepticismo respecto a la vocación “democrática” del PC surge de lecturas testimoniales de Solzhenityn, de las memorias de la viuda del poeta Mandelstam, o de cientos de revelaciones respecto a los horrores del totalitarismo soviético en “Los que susurran”, de Figes , o de los comunistas albanos en Eleni, al igual que de tantos otros. (El Mercurio)

Lucía Santa Cruz