El papa bobo

El papa bobo

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En varias de las “Fioretti” -o en todas, según se mire- que relatan la vida de Francisco de Asís, el santo aparece como un hombre que cultiva no sólo la sencillez, sino sobre todo un candor que desafía al sentido común, una bobería que sólo después de un reexamen se revela deliberada.

La chismografía dice que el cardenal Jorge Mario Bergoglio eligió el nombre del poverello de Asís casi por casualidad, pero todo indica que, habiendo sido un candidato en el cónclave de 2005 -donde fue ungido Joseph Ratzinger, que escogió el complejo nombre de Benedicto XVI-, Bergoglio tuvo tiempo para pensar en un ícono que resumiera sus intenciones y su programa.

El centro de ese programa es la reforma de la Curia, que no es algo muy diferente de la reforma de la Iglesia. Dicho de esta manera cruda puede ser más fácil entender la monumentalidad del proyecto, que lo hace casi inviable dentro de un solo papado. Desmontar la Curia supone rearmar la institucionalidad que Juan Pablo II convirtió en un fortín, lo que es una de las explicaciones del fracaso de Benedicto XVI con el mismo intento. El aire bobo y desprendido con que Francisco lo encara es al menos una novedad.

Los católicos enfrentan considerables dificultades a la hora de diferenciar entre lo que es evangélico y lo que es político en la palabra del Papa. Aun los que saben que la historia del papado no es precisamente la historia de la santidad, tener por contingente una opinión papal parece rondar la blasfemia. Por supuesto, el Vaticano alimenta este temor, por ejemplo, con su manía de canonizar a los papas recientes, una compulsión que amenaza con llenar de santos el poco edificante siglo XX.

Para esos católicos, hay una noticia: Francisco es el Papa más político desde los años de mayor activismo de Juan Pablo II, los asombrosos 80 en que se propuso expulsar al comunismo no sólo de Polonia, sino de toda Europa oriental y, de paso, de los grupos sospechosos dentro de la propia Iglesia, empezando por la teología de la liberación. No es todo: el principal foco político de Francisco es América Latina.

The Economist lo ha llamado “el Papa peronista”, en parte como tributo a la caricatura europea que da por peronismo todo lo argentino, y en parte porque ve en Bergoglio un esfuerzo por mezclar la doctrina social de la Iglesia con cierto populismo. La prueba sería la gira reciente por Ecuador, Bolivia y Paraguay, los tres países más pobres y más indígenas de América Latina. No parece posible que Bergoglio ignorase que en esos avisperos políticos tendría que tragarse cosas como un Rafael Correa proclamando su “catolicismo izquierdista” o un Evo Morales regalándole un crucifijo con una hoz y un martillo, formas de sincretismo de ocasión preparadas para sorber algo de la popularidad de los papas. No hay candor que alcance para eso.

La diplomacia vaticana se define por la prudencia. El Papa Francisco no. La oposición argentina no termina de entender por qué se ha reunido cinco veces con la Presidenta Cristina Fernández, tres de ellas en pleno año electoral, para el estridente uso del kirchnerismo. Pero algunos analistas creen que el Papa está preparando el terreno para que el retiro de la dinastía Kirchner no conduzca a Argentina a otra fase de anarquía.

Cosa parecida se dice de sus reuniones con Correa y Morales: que serían esfuerzos para persuadir a Nicolás Maduro de liderar una salida pacífica al hervidero de Venezuela. Lo que también implicaría moderar el personalismo de los propios gobernantes de Ecuador y Bolivia. De momento, el que sacó más partido de la visita fue Evo Morales, precisamente porque su acción de gobierno atraviesa por una fase de propagandismo rampante, en cuyo centro está la demanda marítima sobre Chile. El Papa Francisco sabía que Morales lo metería en ese tráfico y que cualquier opinión suya podría resultar una imprudencia.

Pero un Papa político está obligado a tomar riesgos, como lo hizo Karol Wojtyla cuando quiso detener la guerra de las Malvinas… mientras las islas estaban ocupadas por la dictadura argentina. Ese error costó caro, pero Juan Pablo II ya sabía que el papado puede perder cualquier cosa, menos la confianza en sí mismo. Es lo que está enfrentando Bergoglio con la oposición argentina y, ahora, con la posición oficial de Chile en materia fronteriza, dos hechos que podrían producir la paradoja de que su visita a estos países, en el 2016, resultara menos bienvenida de lo que debería ser. Sin embargo, el destino final de los gestos diplomáticos nunca se conoce del todo: como las bolas del billar, pueden rodar golpeando muchas bandas antes de detenerse.

La bobería del Papa ya tuvo un éxito que merecería figurar en las “Fioretti”: el inimaginado restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Por si no bastara, quiere llevarla hasta el borde con una visita a ambos países en septiembre. Después tendrá que ver lo que pasa en Venezuela. Y en Centroamérica, donde los pastores evangélicos capturan grandes porciones de la antigua grey católica. Y en Colombia y México, siempre amenazados por la violencia. ¿Quién dice que no querrá rediseñar el continente?

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