Los chilenos dijeron basta con la “vieja política” y sus principales representantes. Esa política se caracterizaba por el monopolio de la representación en manos de los partidos de los dos bloques. En ese duopolio, como lo denominaron algunos, los partidos le ofrecían “desde arriba” a los ciudadanos a quien los dirigentes consideraban el mejor postulante o el más competitivo. Muchas veces, se trataba de liderazgos catalogados como “históricos” o, simplemente, se seleccionaba a quienes tenían la capacidad de reunir los recursos necesarios para desplegar una campaña. Esa lógica de hacer política y levantar opciones electorales fue alejando cada vez más a la élite de las demandas y anhelos de los chilenos de a pie, quienes eran vistos -instrumentalmente- como un mercado electoral al cuál movilizar. De ahí a derivar en una crisis de representación, solo había un paso.
Lo anterior se tradujo primero en un malestar y luego en un profundo descontento social. Fuertes movilizaciones desde octubre de 2019 terminaron con una salida institucional que no tenía como objetivo elegir a un próximo presidente. Por el contrario, se trataba de una pregunta más compleja: ¿Cuál es el Chile que queremos para los próximos 50 años? En ese contexto, ciudadanos alejados y desafectos de una clase política ensimismada y concentrada en sus propias disputas de poder, se sintieron inspirados mayoritariamente por opciones independientes para redactar una nueva Constitución. El mensaje que los chilenos entregaron en las elecciones del 15 y 16 de mayo, es que los independientes interpretan mejor el Chile que quieren construir a diferencia de los representantes de los partidos. Los 46 constituyentes electos -sin afiliación a un conglomerado- evidenciaron el abismo que hoy existe entre el tejido social y los partidos políticos.
A casi cuarenta días de la primaria presidencial, la centroderecha tiene dos candidaturas con opciones reales. Uno de ellos, representa precisamente esa “vieja política” que los chilenos quieren dejar atrás. Joaquín Lavín, el alcalde de Las Condes, fue la respuesta que la UDI ofreció en 1999 para enfrentar a Ricardo Lagos y luego fue la opción que se levantó para competir con Sebastián Piñera y Michelle Bachelet en 2005. Lavín lleva más años en la política activa que la edad promedio de los miles de nuevos electores que votaron por primera vez en el plebiscito de octubre de 2020, y en las elecciones de mayo de este año. Nada más desconectado que la demanda transversal por cambio y renovación que ha levantado la ciudadanía.
Por esta razón, es urgente que los partidos políticos también reflexionen y hagan una lectura humilde de lo que los chilenos anhelan. Considerando que las encuestas se equivocaron, pero lo hicieron a favor de los independientes, es que debemos dejar de insistir con la política centrada en partidos que los ciudadanos ya no escuchan. Es necesario que nos replanteemos las adhesiones para las próximas primarias y apoyemos a una candidatura nueva, joven, distinta, que no represente los intereses de los conglomerados, sino que el de todos los chilenos. Que haya vivido la realidad de millones de familias, que haya tenido que “romperse el lomo” para salir adelante y, sobre todo, que haya tenido que ser un ciudadano común y corriente, sin privilegios. (El Líbero)
Tomás Fuentes