La centroderecha chilena ha sido particularmente conservadora en todas las materias mal llamadas «valóricas». Se opuso mayoritariamente (con Piñera como una de las pocas excepciones) a acabar con la distinción de hijos legítimos e ilegítimos, se opuso a la promoción del condón como una fórmula de evitar enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados, y se opuso a la entrega de la píldora del día después. Asimismo, se opuso a la ley de divorcio, y ello explica que Chile haya sido uno de los últimos países del mundo en contar con una ley de divorcio, pues el sector predecía grandes males sociales en caso de que fuera aprobada, lo que, como se ha visto, no ha ocurrido.
Hoy el debate está centrado en el aborto. Se han enarbolado las más férreas advertencias en contra de las tres causales excepcionales, en circunstancias que en el mundo, en general, ellas forman parte de las garantías mínimas que tiene la mujer para asumir su embarazo. En muchos de esos países, además, no solo se permite que sea la mujer quien decida qué hacer en esos tres casos, sino también en casi todos los demás, y la discusión se centra casi exclusivamente en el límite de semanas para hacerlo y sobre el financiamiento estatal.
Quienes -sean o no de derecha- poseen la convicción personal de que el aborto no es aceptable bajo ninguna circunstancia tienen el legítimo derecho a defender esa postura para sus propios actos; además, quienes sostenemos la posición opuesta y apoyamos la libertad de la mujer para decidir respetaremos tanto sus ideas como sus conductas, coherentes con ellas. Lo que sí pedimos es reciprocidad, es decir, que no coarten las opciones de las mujeres que tienen una postura contraria a las de ellos.
El permitir el aborto, invocando las tres causales excepcionales, se funda en pensar que los derechos del embrión o del feto están subordinados a los de la madre, de quien este depende, decrecientemente, a lo largo del embarazo. Sabemos que esto es debatible, y porque es debatible, es que no debemos supeditar una de las posiciones a la otra. Si se otorga el derecho a interrumpir el embarazo, eso no obliga a nadie a utilizarlo. Todos quienes consideren que la interrupción del embarazo está vedada en sus vidas siempre podrán abstenerse de hacerlo, aunque se apruebe la ley, y nadie, y menos el Estado, podrá forzarlos en otra dirección. Del mismo modo, si una mujer considera que debe conducir su embarazo a término, aunque el embrión que lleve en su vientre constituya una amenaza para su vida, o que este sea inviable, podrá correr ese riesgo o continuar ese sufrimiento sin que nadie se lo pueda impedir. Esa postura de respeto a las dos opciones es la que una centroderecha moderna debería sustentar como el ámbito admisible de conductas individuales cuando hay legítimas discrepancias.
En circunstancias normales, más allá de las tres causales excepcionales, la versión radical considera que el embarazo se puede interrumpir hasta el último día de embarazo. La versión moderada, sin embargo, la que ha recogido la mayoría de los países occidentales, considera que hay un período en el cual la mujer puede decidir respecto de su embarazo, y es la sociedad la que se pone de acuerdo en cuál es esa fecha (normalmente entre las 12 y las 18 semanas), en concordancia con el paulatino desarrollo del embrión y posterior feto.
La centroderecha chilena debe hacer una reflexión profunda. La defensa de la libertad -de expresión, de emprendimiento, de movimiento, de asociación y de culto- debería estar siempre en su norte. Y quienes, siendo de centroderecha, han decidido nunca utilizar el aborto en sus vidas, deberían respetar la libertad de quienes piensan distinto. Subordinar la autonomía del feto o embrión a las decisiones de la madre no es una doctrina perversa o maldita, y menos cuando se trata de circunstancias excepcionales. Así se ha considerado en la mayoría de los países, e incluso líderes de la centroderecha como Rajoy, Cameron o Merkel la han apoyado, aunque con diferencias de matices entre ellos. Una visión unívoca en Chile, que trate de imponer una mirada al resto, da cuenta de una derecha que desconfía de la capacidad de las personas para decidir su propio futuro.
Francisco José Covarrubias
Álvaro Fischer