Conflicto externo, conflicto interno, FF.AA.

Conflicto externo, conflicto interno, FF.AA.

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La guerra de Ucrania, la invasión anexionista de la Rusia de Putin, ha despertado la conciencia hacia un fenómeno que, se pensaba, iba hacia un crepúsculo, las guerras entre Estados nacionales. Entre el 1900 y la actualidad, a pesar de haber vivido el siglo de la guerra total, las guerras entre países —conflictos interestatales, en la jerga especializada— han tendido a disminuir. No es que haya ingresado una era de la paz universal entre los humanos. Se han enumerado alrededor de 70 conflictos en África negra en los últimos 50 años, con millones de muertos.

Sabemos que han proliferado otro tipo de conflictos, las guerras civiles, las sanguinarias rivalidades étnico-religiosas, la guerrilla cultural que confiere lenguaje agresivo y hasta exterminador a las grietas que existen en la sociedad humana. Ha sido otro fenómeno del siglo XX y XXI, que se alzó después de la Guerra Fría con un vigor antes insospechado.

No es que hubieran desaparecido del todo los antiguos conflictos entre Estados. En el Medio Oriente, el caso India-Pakistán; latente el de Grecia y Turquía, y en nuestro Cono Sur, los 1970 fueron recordatorios de la probabilidad de guerras entre Estados. Tras la Guerra Fría, emergió lentamente una cruda competencia de poder entre las grandes potencias, tal cual lo era en el siglo XIX.

Florecieron los conflictos étnico-nacionales, en esta época los más característicos de nuestro sistema internacional. Hay otra versión de menor envergadura, pero que capta más la imaginación y temores. Se trata del terrorismo, que alcanzó una cota espectacular con el atentado a las Torres en Nueva York y otros lugares el 2001; o en París, en noviembre del 2015, donde solo en la sala de conciertos Bataclan cobró más de 100 víctimas. La insurgencia, contrainsurgencia y terrorismo son parte de nuestro panorama global.

Así, ahora coexisten guerras internacionales, de insurgencia y guerrilla, y el terrorismo, que tiende a militarizar a los países. El punto es que, de los tres casos, incluso los gobiernos democráticos han debido recurrir temporal o más extendidamente en el tiempo al concurso de sus fuerzas armadas no solo en guerras internacionales (evidente), sino que para la contrainsurgencia y el terrorismo. Ocasionalmente, la guerra de las drogas también en su combate involucra a las fuerzas armadas, un recurso en este caso resbaladizo. En emergencias, los países democráticos han acudido en especial a sus ejércitos, incluso en ataques terroristas, como Inglaterra ante el IRA; EE.UU. en diversas ocasiones; Francia, los días que siguieron a los hechos luctuosos antes mencionados.

Se trae a colación este problema porque entre las normas aprobadas por la famosa Convención está, carente de sentido de la realidad, limitar el empleo de las fuerzas armadas al conflicto internacional. Todo esto, cuando desde hace un cuarto de siglo está en marcha, al parecer imparable, una insurgencia en La Araucanía. Por cierto, el empleo de fuerzas armadas en estas situaciones debe ser muy bien meditado y calibrado previamente, con una estrategia que no sea puramente militar; si las guerras internacionales deben subordinarse a un fin político, con mucho mayor razón los conflictos internos. Lo cultural y la comprensión de la mentalidad de los actores adquieren cierta preponderancia, ya que la pura fuerza puede resultar contraproducente. Episodios eventuales de terrorismo pueden requerir su empleo, siempre que sea muy breve en el tiempo.

Jugar a que no existen conflictos internos, tanto como externos, es esconder el sol con la mano y pone en entredicho la paz posible. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois

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