Chile y la armonía vital

Chile y la armonía vital

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El mundo entero vive un cambio de paradigma. Ha mutado la forma de entender lo que nos rodea en todas las áreas del conocimiento. Algo que pocas veces ha sucedido en forma tan notoria en la historia de la humanidad.

Fue así con las teorías científicas de Leibniz y Newton (que imprimieron en la sociedad una nueva visión racional de causa y efecto, que contradecía los análisis teológicos de la época). O la teoría cuántica de Max Planck de principios del siglo XX, pilar fundamental de la física actual y que describe la probabilidad de los fenómenos, en contraste con las certezas afirmadas por la física clásica.

Todo esto va repercutiendo en la filosofía política. Las certezas ideológicas del siglo pasado ya no son tales. Y lo que aceleró el cambio de paradigma fue la revolución digital, el espacio virtual vía internet que transformó el modo de interactuar entre los seres humanos. Eso ha trastornado los lazos tradicionales y la forma de hacer política.

Es bueno darse tiempo para reflexionar sobre estos cambios, o no se entiende el clima de incertidumbre en que vivimos. Estamos en medio de una enorme revolución científica y tecnológica que afecta toda nuestra vida, también en el ámbito político.

La política no es un sistema científico, no tiene como objetivo alcanzar la verdad. Es una aproximación a acuerdos razonables. El clásico “we agree to disagree”, una elevada forma de civilización, implica que ningún sector, tampoco una triunfante mayoría circunstancial, puede imponerse sin respeto a la legalidad acordada. La Convención Constituyente fracasó precisamente porque grupos extremos intentaron imponerse.

Lo que hay que entender es que, finalmente, y a pesar de toda la inestabilidad de este cambio de paradigma mundial, seguiremos siendo chilenos, en Chile, en este territorio, y tendremos que lograr acuerdos.

El ser humano necesita sentir que pertenece y tener un marco de referencia, y eso debería representar la nueva Constitución. No puede ser una suma de presiones particulares desvinculadas, sino un ente aglutinador, un pacto social que comprenda las necesidades actuales, pero con un equilibrio aristotélico: Aristóteles en el año 384 a. C. decía que la virtud es el justo medio entre dos extremos. A pesar de toda la innovación, la esencia del ser humano, y su necesidad de armonía vital, no ha cambiado. (El Mercurio)

Karin Ebensperger