Aprendizaje veraniego-Sebastián Claro

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Una tienda por departamentos acepta una orden de compra por una decena de colchones en un lugar retirado del país. A la ciudad más cercana de relevancia —desde donde seguramente el despacho es enviado—, el viaje demora cerca de dos horas por un camino rural de mala calidad.

La historia se resume de la siguiente manera: el día del despacho llegan solo siete colchones, tres de los cuales no corresponden a los solicitados. Después del reclamo correspondiente, a los tres días aparece una camioneta vacía, para inspeccionar cuál había sido efectivamente la entrega, y qué debía contener el próximo envío. Pasan otros tres días, y llegan los seis colchones pendientes: los tres que no habían llegado y los otros tres que no correspondían en el envío original. Pero faltaba lo peor: el furgón no podía llevarse los productos sobrantes, pues ello correspondía a otro equipo. Finalmente, quince días después de todo el proceso, un pequeño camión logra retirar los tres colchones que sobraban, terminando así la entrega.

Un cálculo simple da cuenta de que los costos directos —mano de obra, combustible y depreciación del vehículo— incurridos en los tres viajes que nunca debieron existir representan más del 20% del precio neto pagado a la empresa, lo que es una buena aproximación del margen que la empresa espera tener en este negocio (excluyendo el negocio financiero). En otras palabras, los gastos extras se comieron casi todo el margen esperado del comerciante, y un tercio de su valor agregado.

Si este ejemplo fuese representativo de lo que sucede en la economía nacional, la eliminación de estas actividades improductivas significaría aumentar en 50% el ingreso por persona en el país. ¿Será para tanto? Las cifras sugieren que estos cálculos no están tan perdidos. La mitad de la diferencia de ingreso por persona de Chile con Estados Unidos se explica por mayor disponibilidad de recursos, como máquinas, infraestructura y educación, pero la otra mitad se explica por el mejor uso que les dan a esos recursos. Eliminar las tres camionadas inútiles equivale a reducir a la mitad esa brecha de ineficiencia.

Este ejemplo veraniego nos muestra que, estando las camionetas y los colchones, la diferencia la hace la planificación de los procesos. En la empresa privada, este dolor pega directo en el bolsillo de los dueños, quienes deben superar la dificultad para salir adelante. Seguro que están en eso, porque los incentivos están claritos. El problema está en el sector público, cuyo deficiente manejo de los recursos no parece doler sino solo a quienes más necesitan una gestión más profesional y con menos improvisación. (El Mercurio)

Sebastián Claro