Accorsi y el cáncer grado 4

Accorsi y el cáncer grado 4

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Es una sensación rara, diferente, dice el PPD Enrique Accorsi (67), ex presidente del Colegio Médico, conocido por parar los servicios de urgencia en 1992, lo que desencadenó en la renuncia del ministro de Salud de Aylwin, Jorge Jiménez; ex diputado por La Reina-Peñalolén en tres períodos y ahora asesor legislativo de la ministra de Salud, Carmen Castillo. Esa sensación rara de la que habla Accorsi es la de ser doctor y pasar a estar enfermo con una enfermedad seria. Accorsi sintió algo de rabia consigo mismo. Sabía que tenía que controlarse, pero se dejó estar.

“El antígeno prostático yo lo tenía un poco alto, pero uno va posponiendo el seguimiento por pega”, dice el doctor. “En la vorágine en que uno está metido de diputado por varios períodos o ahora de asesor en un ministerio, uno piensa que es imprescindible. Y tú no eres imprescindible. Me subió mucho el antígeno y se diagnosticó que tenía un cáncer prostático”.

Era noviembre del año pasado.

 

Accorsi vio los exámenes que se había hecho antes de juntarse con el doctor. Y supo en ese momento, al verlos, que tenía cáncer. Estaba con su hija Daniela Accorsi (36), quien también es doctora y vive en Punta Arenas. Se preocupó, pero tampoco se complicó demasiado. “Había que echarle para adelante con el tratamiento nomás”.

Daniela lo vivió de forma diferente: “Era un cáncer nivel 4, bastante avanzado, con metástasis ósea, lo que lo dejaba afuera de opciones curativas”, explica ella. “Era un diagnóstico negro, me dieron ganas de retarlo por no haberse controlado antes, pero empezamos a hablar del tratamiento y de cómo salir adelante”.

Antes el cáncer era casi una sentencia de muerte, y Accorsi sabía que esta vez no se enfrentaba a un escenario absolutamente desalentador, aunque sabía que, de todas formas, hay una posibilidad cierta de morir. “Los primeros dos meses fueron bien angustiantes”, confiesa. “Ordenas las platas, la casa y te enfrentas a la posibilidad de que el tratamiento no funcione y que te vas a morir dentro de poco. Eso es re fuerte”.

Lo que vino no fue fácil. Pese a ser doctor, también se abrió a terapias alternativas. Esa fue parte de la batalla. Accorsi probó de todo: terapia de bicarbonato, drogas que estimulan el sistema inmune, tratamientos que venían de Ecuador, Chiloé, reiki. “Hay un efecto psicológico en todo eso, como una esperanza nueva. Y uno se siente mejor”.

Ser doctor-paciente de cáncer cambia las cosas, eso sí. Accorsi dice que un paciente normal tiene que esperar al control médico para saber cómo va. El, en cambio, sabía cómo iba progresando la enfermedad entre controles. Accorsi se tuvo que preparar para pasar por ocho quimios y cuenta que, durante el proceso, comía, pero sólo por cumplir, para sobrevivir. Con el efecto de la quimio no le sentía sabor a ninguna comida. Bajó 11 kilos, de 80 a 69. “Uno como doctor sabe qué significa la quimio, pero cuando la vives es otra cosa”, explica. “Son tremendas. No te quieres mover, se te cae todo el pelo, no quieres hacer nada, no quieres estar con nadie. Es como que te pasara un camión por encima la quimio”.

Daniela Accorsi lo vio melancólico, ordenando sus cosas en la casa, poniéndose en el peor escenario de todos. “Sólo después de la última quimio supimos que el tratamiento había hecho efecto. Eso cambió todo”.

La primera quimio, Accorsi cuenta que la pasó mal, que lo que encontró en los otros pacientes de la clínica fue un ambiente depresivo. A la segunda sesión decidió llegar con chocolates para las personas que se sentaban en los sillones restantes. Eso hizo una suerte de clic. “Es fundamental cómo enfrentas la enfermedad. Podría haber pedido licencia, pero el mantenerse activo te ayuda cualquier cantidad. Si te echas a morir y no haces nada, el resultado va a ser malo. Pero si le pones empeño, haces los ejercicios, estás activo, tienen ganas de hacer cosas, de proyectarte, y te apoya tu familia, los resultados son mejores. Antes un cáncer de próstata tenía un muy mal pronóstico. Ahora lo transforman en una enfermedad crónica”.

Accorsi dice que por años se levantó a las 6 de la madrugada y se acostó a la 1 de la mañana. Ahora, que está más recuperado, trata de hacer lo mismo, pero no puede. Se vio obligado a bajarle un par de cambios a la vida. “Ahora me dosifico. Trabajo full time, pero me dosifico”.

Sólo tomó un mes de licencia, en la parte más dura de la quimioterapia. Al ministerio se empezó a integrar gradualmente, a hacer trabajos desde la casa. En mayo volvió definitivamente al trabajo. Pelado entero. Dice que los trabajadores del Congreso lo reconocían y lo saludaban. Se alegraban de verlo entero.

Tiene que hacer kinesiología y ejercicios para recuperar motricidad, porque durante el proceso se pierde masa muscular. Ahora sigue una hormonoterapia cada tres meses y hace ejercicios de balance, de motricidad fina.

Para que se haya visto comprometida su motricidad, el cáncer tuvo que ser bien severo…

Sí, fue bien severo, con varias metástasis óseas, pero ya están todas cicatrizadas. Todavía tengo que seguir haciéndome controles. Estoy libre de enfermedad en cinco años.

Si hubiese dejado pasar uno o dos meses ¿la historia habría sido diferente?

Absolutamente.

 

Dentro de la autocrítica que Accorsi se hace por no haberse chequeado a tiempo hay una crítica que llega a sus colegas doctores. “Somos poco dados a la cuestión preventiva y, sobre todo, la gente que trabaja en salud es más reacia a hacerse exámenes”, acusa. “Es como el padre Gatica. O ‘en casa de herrero, cuchillo de palo’. Dentro de mis colegas, los que se hacen controles preventivos son contados con los dedos de la mano, porque juras que nunca te va a pasar nada. Son más porfiados. Y como conoces todos los procedimientos que te hacen, qué te va a pasar, cómo te lo van a hacer, todo, nos tratamos de aguantar al máximo. Te pasas más rollos que el que no tiene idea. A pesar de que tienes todo el apoyo familiar y de la gente que te rodea, en el fondo estás solo mucho rato, dándole vuelta a todo el proceso. Cuesta entregarse a otro médico y reconocer que tú también te puedes enfermar igual que cualquier otra persona”.

Actualmente, existe un examen preventivo financiado por las isapres y Fonasa, pero, según Accorsi, el problema es que muy poca gente lo usa. Y da un ejemplo: muchas veces a los niños no les toman la presión porque son niños. “Y en realidad puedes detectar si son hipertensos desde muy temprano. La idea es que los exámenes preventivos sean obligatorios para todos, como cuando vas a sacar el padrón del auto y tienes multas y no puedes pasar la revisión, sería algo parecido. Hay que encontrar la manera de que la gente se pueda ir a hacer exámenes en la semana. Si vas a urgencia el fin de semana te cobran el triple. Hay que ver si los servicios pueden estar abiertos los sábados en la tarde”.

En cáncer a la próstata también trae prejuicios. El examen más efectivo, y que todo hombre debiese hacerse una vez al año, después de los 40, es el de tacto rectal, aunque el antígeno prostático también es un buen indicador. Accorsi dice que hay mucho machismo involucrado para evitar lo más posible el examen de tacto. “El famoso tacto rectal es un examen que no cuesta nada y es mucho más efectivo que el diagnóstico de escáner o antígeno. Con el tacto tú sabes si la próstata está normal, si hay adenoma prostático, en el que crece la próstata, pero no es maligna, y el cáncer prostático. Es tan fácil, que la próstata es como una nuez. Si está blanda, está bien, pero si la nuez está dura, es cáncer seguro. Hay una cuestión de machismo tremenda en que dicen ‘no, yo no voy al urólogo ni cagando’, y van justo al final, cuando ya estás frito. Ese es un tema de educación que tiene que cambiar”.

Otro gran tema son las secuelas de tipo sexual. Cuando Pablo Neruda se enteró de que tenía cáncer a la próstata dijo que prefería morir a tener que quedar impotente. Era lo que les pasaba a los que sobrevivían al cáncer y buena parte de la población cree que esa secuela se produce hasta hoy, según Accorsi. “El otro gran problema de ir al urólogo es que si se corre la voz de que te operan de la próstata, no vas a poder tener relaciones nunca más. Antes, cuando había muchas cirugías abiertas, había esas consecuencias, pero eso es casi un mito hoy”.

Accorsi dice que una de las razones por las que se animó a dar a conocer su testimonio es para que más personas se empiecen a hacer chequeos preventivos. Su enfermedad ya tuvo un efecto en sus ex compañeros de las dos cámaras en Valparaíso. “Por lo que me pasó a mí, muchos en el Congreso se fueron a hacer exámenes como locos. Las mujeres son mucho más conscientes, en términos de hacerse mamografías, por ejemplo. Nosotros somos enfermos de porfiados, por no decir huevones. Yo, teniendo todas las posibilidades de controlarme, no lo hice. Deje pasar al menos un par años cuando yo tenía los antígenos altos en mi último examen”.

 

Accorsi cuando habla es de movimientos lentos, sus manos tienden a tiritar un poco, probablemente producto de un pseudo parkinson que él dice tener controlado y de la pérdida de masa muscular producto de las sesiones de quimioterapia.

En un sillón de su casa, cerca de la Iglesia de los Dominicos, habla de varias cosas. A modo de anécdota dice que le atendió el parto a la ministra de Vivienda, Paulina Saball, que ese hijo ahora tiene 43 años. Habla también de la muerte de su ex señora en 2002. Accorsi se había separado hacía 10 años, pero ella era la madre de sus tres hijos. Murió de una aplasia medular, una enfermedad muy rara.

Después de tres períodos como diputado en La Reina-Peñalolén, Accorsi aceptó ir a primarias en San Bernardo. Las perdió y finalmente aceptó ir como candidato por Las Condes, una candidatura testimonial. “Pero que sirvió para reunir varios votos para Carlos Montes”, dice. Luego sonó como ministeriable cuando volvió la Presidenta Bachelet al poder. “Me habría gustado, pero no me sentí defraudado. La Michelle privilegió harto el tema del género en la elección de su gabinete y estoy contento de haber trabajado tanto como con la Helia como con la ministra Castillo”. Y agrega: “Me siento feliz en el ministerio, incluso puedo hacer más cosas que de diputado, porque uno tiene muchas restricciones en el ejercicio parlamentario. Uno no tiene iniciativa en procesos que tengan que ver con gastos, inversiones. Es un mundo fascinante el de las políticas públicas”. Ahora, cuenta, quiere recuperar su escaño en el Congreso volviendo a su circunscripción de La Reina-Peñalolén, la que ahora incluirá más comunas y donde se elegirá a seis diputados bajo el nuevo sistema electoral. Eso, si la salud se lo permite, aclara.

Al terminar de conversar, Accorsi da un pequeño tour por los pasillos de su casa. Y muestras varias fotos antiguas de Esmirna, un puerto turco, frente al mar Egeo y las islas griegas. De esas fotos se desprende el cierre de su última gran historia. En 2003 se casó con Nur Balaban, una doctora turca, a quien conoció en la frontera de Irak con Turquía cuando Accorsi era presidente de la Asociación Médica Mundial y fue como invitado por la asociación médica turca. Nur era una doctora que estaba trabajando ahí como médico sin fronteras. Después de ese viaje, se empezaron a ver en las reuniones de la asociación, que se hacen en varios países del mundo. Fue un amor flash. Nur se vino a Chile en septiembre de ese mismo año, con sus dos hijos, Aishe e Ilhan -de 13 y 10 años en ese tiempo- y se casaron en octubre. Intentaron tener hijos, pero no pudieron. Luego adoptaron una niña de dos años. Estuvo con ellos tres semanas, pero los padres biológicos se arrepintieron de darla en adopción. La tuvieron que regresar. En lo cotidiano, Nur se encargaba de su sede distrital, mientras Accorsi era diputado, pero en 2012 empezó a extrañar Turquía. Además, su madre estaba enferma. Ella se fue del país, pero decidieron seguir, esta vez a distancia. Este año, mientras Accorsi peleaba contra el cáncer, decidieron finalmente cortar la relación. Dice que fue lindo mientras duró.

“No ha sido fácil este último tiempo”, cierra Accorsi, aunque sus palabras parezcan mucho más dramáticas que el mismo tono de su voz.

La Tercera/El Mercurio

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