Política y corrupción

Política y corrupción

Compartir

De nuevo el fenómeno: de nuevo la sospecha. Esta podría ser una suerte de regla general respecto a la simbiosis entre corrupción y política que se ha ido produciendo. Con la particularidad que, con cada nuevo hecho que estalla (Fillon y Sarkozy en Francia, Toledo en Perú, Odebrecht también en otros países sudamericanos, OAS en Brasil y en Chile de nuevo -esta vez Bachelet-, todo ello la semana pasada), a la política se la percibe como irremediable, no importando siquiera tener que probar nada tratándose de corrupción; ¿para qué?, si, tarde o temprano, se confirmará igual. Su propia frecuencia (creciente, por lo demás) constituiría un signo irrefutable de que se ha llegado a un punto de no retorno.

Un raciocinio cínico, éste, por varias razones: porque no da lugar a solución sensata alguna. Porque quienes admiten esta lógica parecieran solazarse con que nuestros gobernantes y representantes sean efectivamente corruptos -habiéndolos, lo serían todos-, confirmándose un diagnóstico que, siendo propio, al menos sería correcto (políticamente correcto). En fin, porque quienes caen en esta lógica confunden política con poder, otra falacia más. El poder, por supuesto, corrompe; por eso se inventó alguna vez la política en tanto limitación del poder, justamente para diferenciarlos. Ahora bien, se corrompe y confunde ésta con el puro poder, y no queda más alternativa que apostar a un líder providencial, en quien confiarle las demandas de regeneración del pueblo, puro e infalible.
¿A eso vamos? ¿A un populismo que solo se contente con ser la expresión de la gente común? ¿Contra “golpistas”, “apátridas”, “cochinos”, “pitiyanquis”, “burgueses”, “oligarcas”, “fascistas” (según Chávez); contra la “Troika” -Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI- (según Varufakis y Podemos en España); contra el establishment en Washington (según Trump); contra el propio Vaticano, también corrupto (según Francisco-Jorge Mario Bergoglio); contra las elites de cualquier pelaje, desde luego partidos políticos y grupos empresariales (según autónomos y erredistas, redes sociales, incluso medios periodísticos y académicos en Chile)?

Complicada cosa si a eso vamos. Como nos recuerda Raymond Aron, “no es conveniente que solo gobierne la gente común, pues en ese caso la lucha entre el poder social y el político no se resolverá por medios pacíficos”.

Con lo cual no se quiere decir que la corrupción no sea un problema. En Chile lo es. Desde el gobierno de Lagos aumentan los casos detectados. Ya casi nadie sostiene que no somos un país corrupto. Según encuestas del CEP y del PNUD, percepciones negativas sobre funcionarios públicos, partidos y el Congreso, asociándolos a corrupción, van desde un 70% hasta un 90% y plus. Caval viene hundiendo al gobierno desde que el escándalo estalló hace dos años. Boletas falsas, colusiones e “instrucciones” por correos electrónicos han sido fatales para el empresariado. Otra cosa, bien distinta, es que el remedio que quieren, termine matando al paciente. (La Tercera)

Alfredo Joselyn-Holt

Dejar una respuesta