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2016, el año que mostró que la historia no ha llegado a su fin

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Hace casi 25 años Francis Fukuyama (El fin de la historia y el último hombre, 1992) planteaba que la historia, como una lucha de ideologías, había llegado a su fin.  Con el término de la Guerra Fría se imponía la democracia liberal, acompañada del neoliberalismo, por sobre cualquier otro sistema económico y social. Este año, sin embargo, hemos visto como han aparecido grandes vacíos que han revelado un problema fundamental. La democracia y la libertad no solamente deben ser protegidas de los socialismos totalitarios sino también del neoliberalismo, que ahora es totalitario.

El problema fundamental lo podemos entender muy sintéticamente usando a Chile y el actual conflicto previsional como un ejemplo. En primer lugar, tenemos este sistema previsional en el cual el ahorro individual de los trabajadores se transforma en un alimento para financiar las inversiones de las grandes empresas. Estas inversiones hacen crecer a los grandes grupos económicos empoderándolos aún más. Además, este ahorro es administrado por otras empresas privadas que tienen beneficios incompatibles con los beneficios de los jubilados, pagando sueldos y dietas millonarias a los directorios. En definitiva, el ahorro de los trabajadores sirve para empoderar a la elite económica de este país y profundizar el sistema neoliberal.

En segundo lugar, este año tuvimos unas de las manifestaciones sociales más grandes de los últimos años. Cientos de miles de personas en las calles protestando por el sistema de pensiones. Según las encuestas de opinión la gente no confía en las AFPs (%), espera más participación del Estado (%) y espera más solidaridad del sistema (%).

Por último, uno esperaría que dado: 1) un sistema previsional de carácter profundamente neoliberal, 2) miles de personas en la calle reclamando por aquello y 3) un gobierno, que algunos tildan de “socialdemócrata”, alguna reacción de este último. Pero no ha habido reacciones sustantivas. Hubo un anuncio presidencial que deja intacto el sistema de capitalización individual y que además se ha transformado en un arma de dilatación del conflicto social. ¿Por qué? en todos los espacios de discusión, tanto técnica como política, la razón se sitúa en: no se puede cambiar el sistema. Si lo cambiamos el sistema se derrumba.

En definitiva, la democracia no puede representar las preferencias sociales. Esta no funciona para cambiar el sistema. Pareciera que estamos atados, atrapados y secuestrados por este. Esto no solamente es aplicable al tema previsional, la misma lógica ocurre en salud, educación, propiedad de los recursos naturales, impuestos, entre otros.

Y lo mismo es aplicable de alguna manera en el contexto internacional. El paradigma económico que se imponía en los años 90s no tenía ya competencia, por eso “el fin de la historia.” La autonomía en el funcionamiento de los mercados mediante la minimización de las regulaciones de todos los mercados incluido el laboral, minimización los impuestos de todo orden y maximización de los bienes y servicios que el mercado puede distribuir a través de la privatización y mercantilización, todo para privilegiar el capital y su libre movimiento por casi todos los países del mundo, se imponía sigilosamente por sobre la autonomía política de los mismos países.

El problema fundamental está en que esa supuesta anónima autonomía de los mercados no es tal. La concentración económica derivada de su funcionamiento, que puede ser observada en la mayoría de los países del mundo vía el aumento de lo que se lleva el 1% más rico, no es inocua ni menos anónima. El capital tiene agencia y esta provoca estragos en las democracias. Una de las consecuencias está en que unos pocos adquieren mayor influencia en el diseño de las política económicas y sociales, que a su vez se traducen en más concentración, más desigualdad y, en definitiva, menos democracia. Lo que a su vez se traduce en el secuestro de la política por la economía, que tiene dueño.

Si aquel panorama no causara los conflictos sociales que estamos observando podríamos decir que nada pasa, pero no es así. Algo pasa. Parece que la historia no ha terminado. El neoliberalismo se ha apoderado de lo político y lo social y surge la necesidad de una vía alternativa.

Estamos viviendo una era de descontento generalizado con la política. En Chile esto está bastamente mostrado en los estudios de confianza en la política, los partidos y las instituciones políticas en general. En todo el mundo, ha surgido la necesidad de que la política represente a la ciudadanía. El populismo está a la vuelta de la esquina en cada sentido que uno mire. Porque cuando la política ya no representa proyectos políticos colectivos y la búsqueda de instituciones para construir la vida en comunidad,  sino intereses particulares que favorecen los intereses de unos pocos, esta deja el terreno listo para el populismo. El surgimiento de Trump es eso, un proyecto común, aunque en este caso nacionalista y fascista.

Por eso es tan relevante lo que se empieza a sembrar en Chile desde los grupos políticos emergentes en esta nueva organización política llamada Frente Amplio. Si este logra replicar a nivel nacional lo que se produjo en Valparaíso a nivel local, se abre una gran ventana en donde pareciera que todas las puertas se han cerrado. Hasta ahora, sin embargo, se ve como otra coalición de partidos y movimientos políticos pequeños, y el desafío no es ese. El desafío es transformar la organización política. Es difícil imaginarlo, pero este nuevo frente debería incluir además de los partidos y movimientos políticos a las más diversas organizaciones sociales, a los movimientos sociales y especialmente a los ciudadanos y ciudadanas independientes.

Si se logran articular las demandas sociales en verdaderas transformaciones sociales a través de una nueva forma de hacer política, podremos empezar a pensar en recuperar la autonomía de lo político, salir del secuestro económico y transformar la democracia. Y tendremos, en el país neoliberal por excelencia, una vía alternativa de construcción política, social y económica, en donde ahora el conflicto relevante será la profundización de la democracia. (La Tercera)

Claudia Sanhueza

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