Las campañas han girado en torno a dos ejes principales: el combate a la delincuencia para recuperar la seguridad ciudadana, pilar en el que se sustenta el funcionamiento de la sociedad, y la recuperación del crecimiento económico, para que la creación de valor que este genera permita mejorar las condiciones de vida de las personas. Esas prioridades no están en discusión. Son urgencias que la ciudadanía ha reclamado, y a las que quienes aspiran a representarla deben dirigir su atención.
Sin embargo, para que ellas, y el resto de los problemas que arrastra el país, se puedan resolver con permanencia en el tiempo, es necesario levantar la mirada más allá de la coyuntura. Se requiere construir una visión de futuro, junto a una agenda que genere riqueza y cree valor de manera sostenida, que les dé un horizonte de futuro atractivo a las nuevas generaciones y que interpele y motive a la población en un proyecto colectivo. Eso, lamentablemente, ha estado ausente del debate eleccionario.
No hay duda de que es necesario enfrentar con decisión los problemas inmediatos. Pero, simultáneamente, es preciso reconocer que eso requiere contar con los recursos necesarios para lograrlo, los que solo se conseguirán con un trabajo persistente y perseverante, de largo plazo, transitando una senda que genere valor y conduzca al progreso.
En un mundo sacudido por fuertes tensiones geopolíticas, crecientes guerras comerciales y una mayor facilidad para resolver los problemas por medios bélicos, pareciera que ese camino no está disponible.
Pero no es así. Es posible construir un camino que se funde en los mismos pilares que han permitido acelerar vertiginosamente la creación de valor en diversos lugares del mundo en los últimos 30 años. Es uno que combina ciencia, que crea conocimiento, con tecnología, que la aplica, innovación, que genera valor a partir de ambas, y emprendimiento, que implementa todo lo anterior productivamente. Esa tétrada de factores constituye un verdadero arpegio musical, porque en cualquier orden que se toquen y utilicen, suenan armónicos.
Ello permitiría incorporarse con creciente fuerza a la sociedad del conocimiento, es decir, a una en que el conocimiento es el pilar en que se apoya el resto de las estructuras económicas, políticas y legales, y que induce el progreso con que, en definitiva, se pueden satisfacer los anhelos ciudadanos. En el mundo moderno, el valor que genera el conocimiento supera con creces las riquezas que están enterradas bajo la tierra, y por eso debe tener un sitial principal en nuestra mirada de futuro.
Chile no ha tenido la convicción para tomar ese camino, probablemente porque es más difícil, porque requiere de un trabajo perseverante y persistente, y porque solo rinde frutos en el largo plazo. En vez, ha privilegiado atacar las urgencias, algo que suena bien a los votantes, pero que no permite contar con los recursos necesarios para resolver esas urgencias de manera permanente, generando frustración y desánimo. Más aún, si en esta oportunidad se persiste en lo mismo, se arriesga que, a corto andar, una nueva frustración diluya el mandato que reciba quien resulte ganador en las próximas elecciones.
La política no solo debe satisfacer las demandas ciudadanas inmediatas, casi siempre orientadas a entregar resultados en el corto plazo, sino que sus líderes deben tener la audacia para proponer una visión que busque el desarrollo integral del país en el largo plazo. Eso necesariamente requerirá de un esfuerzo y de un trabajo colectivo sin claudicaciones, en busca de esa meta común. La satisfacción que genera un logro de ese tipo paga con creces los sacrificios necesarios para alcanzarlo.
No se trata de sustituir las urgencias de corto plazo por el progreso de largo plazo, sino de convencer a la población de que las primeras solo tendrán soluciones definitivas si se consigue lo segundo, y que, por lo tanto, se deben desplegar ambas. Eso requiere de liderazgos que se atrevan a plantearlo, y capacidad para persuadir a la población de sus méritos y beneficios.
El relativo estancamiento de la última década entrega, quizás como nunca, un ambiente emocional adecuado para intentarlo, y, de paso, recuperar la confianza en la buena política.
Esa buena política no debe preocuparse solo de lo inmediato. Si no, el futuro seguirá siendo mediocre. (El Mercurio)



