Woke Olympics-Eleonora Urrutia

Woke Olympics-Eleonora Urrutia

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Si hay algo que debemos aprender de la izquierda es su inquebrantable persistencia. Cuando deciden imponer un dogma, no descansan hasta que sus “verdades” se convierten en un mantra indiscutible. El siguiente paso es la intolerancia despiadada: cualquier chispa de disenso es sofocada con un escándalo calculado. La izquierda se ofende, descalifica y aplasta la diversidad de voces. Lo que ellos dictan no se cuestiona. Lo que ellos instalan no se discute.

La última demostración de esta maquinaria ideológica se reveló en los Juegos Olímpicos de París, donde el espectáculo, antaño un símbolo de excelencia y unidad, fue corrompido por el omnipresente y tiránico imperialismo cultural woke.

En su inauguración el viernes 26 de julio, millones de espectadores en todo el mundo se sintieron traicionados y ofendidos al presenciar una grotesca parodia de “La Última Cena” de Leonardo da Vinci, protagonizada por un grupo de personas transgénero. La escena, donde drag queens se contorsionaban en actos de dudosa sensualidad, fue un insulto deliberado a la fe de millones. En el centro, una figura con ropas mínimas y un halo celestial, se burlaba de los valores que Occidente ha sostenido por siglos, incluyendo la cercanía de estos actos con menores, un sacrilegio que cruzó todas las líneas rojas. El banquete de la cena era una bandeja de la que salía una especie de pitufo sobrealimentado. La desagradable parodia a la religión católica y a los valores de Occidente fueron tan innecesarios como antiestéticos.

Un usuario de la red X comentó con una ironía bastante próxima a la realidad: “En París hubo una fiesta LGTBQ+ y, de paso, se inauguraron los juegos olímpicos”.

Es amargo recordar que los franceses, que sufrieron en carne propia la barbarie en el Bataclan y la masacre de Charlie Hebdo, hoy se permiten burlarse impunemente de otra religión. Lo hacen con la certeza de que, a diferencia de aquellos episodios, ningún católico tomará las armas por sentirse ofendido. Esta es la doble moral que caracteriza al wokismo: mientras que humillar a católicos o judíos se glorifica como libertad de expresión, mencionar al mundo musulmán es tachado inmediatamente de homofobia y racismo. El wokismo no permite el humor sobre ninguno de sus colectivos asociados. Está penalizado burlarse del feminismo, del indigenismo, del veganismo, del ecologismo, y de cualquier “ismo” que sea de su propiedad.

Tras el clamor de millones, los organizadores de los Juegos emitieron unas tibias disculpas dirigidas a los católicos y otros grupos cristianos. Pero sus palabras carecían de la fuerza necesaria para borrar la ofensa. Era un reconocimiento del golpe, pero sin verdadera penitencia.

En ceremonias olímpicas anteriores, han brillado sobre el escenario cantantes gays y artistas con sobrepeso, pero siempre por su talento. Esta vez fue diferente. Los principios de “comunidad, diversidad y colectividad” que se impusieron para los Juegos Olímpicos de 2024 nada tuvieron que ver con el mérito ni la excelencia. Las minorías woke impusieron su malentendido progresismo, que, en lugar de celebrar la diversidad, mostró una clara intención de humillar y borrar una cultura milenaria. Este no es un simple intercambio cultural; es un asalto deliberado, una invasión que busca destruir lo que es antiguo y sólido, para erigir sobre sus ruinas un nuevo orden.

Estas «Wokeolympics» no dejaron ni una molécula sin contaminar. El menú de la Villa Olímpica era mayoritariamente vegano, una dieta poco adecuada para atletas, pero defendida con la excusa de «reducir la huella de carbono». Los atletas documentaron sus incómodas camas de cartón, una burda parodia de la sustentabilidad que sacrificó la comodidad y la dignidad en nombre de una causa vacía. Se redujo el número total de muebles para utilizar al menos un 15% de materiales reciclados como mesas fabricadas con gallitos de bádminton, edredones de tela de paracaídas y sillas de tapones de botella reciclados. El postureo es la verdadera competencia, el deporte es lo de menos.

En otro controvertido episodio de las Olimpíadas 2024, el Comité Olímpico Internacional (COI) permitió la participación de atletas con características biológicas masculinas en competiciones femeninas. La boxeadora Angela Carini, arrodillada en el ring con lágrimas en los ojos, se convirtió en el símbolo de esta polémica. Su derrota, en menos de un minuto, frente a Imane Khelif, una atleta cuyo sexo está “en controversia”, ha puesto en tela de juicio la equidad en el deporte olímpico. El COI ha implementado desde 2021 un nuevo marco regulatorio que permite a atletas transgénero e intersexuales competir sin someterse a procedimientos médicos considerados “innecesarios” como límite a niveles de testosterona y controles hormonales obligatorios. Estas medidas, que permiten a atletas como Khelif y Lin Yu-Ting competir en categorías femeninas basándose en su identificación de género, han sido aplaudidas por activistas del colectivo trans, pero generado críticas por parte de los que consideran que estas normas no garantizan la equidad en las competencias.

Históricamente los deportes femeninos se desarrollaron para que las mujeres pudieran competir entre sí para ser lo mejor que podían ser. Ese lugar se ganó en base al reconocimiento de las características físicas, lo que explica la existencia de las categorías femeninas. Por si es necesario decirlo de forma más clara: el “gancho” promedio del hombre tiene más de 2,6 veces la fuerza del de la mujer. Sin embargo, el Comité Olímpico Internacional ha decidido que dos púgiles con esta potencia compitan como mujeres, sin garantizar la seguridad de la competencia. No se trata de una cuestión de preferencias sexuales. La atleta que se identifica como no binaria Nikki Hiltz compite en categorías femeninas; es biológicamente mujer y a nadie le interesa cómo se percibe. Pero no tiene cromosomas XY y no tuvo un desarrollo temprano masculino. Es una cuestión de seguridad para las mujeres. Si los niveles de testosterona y los cromosomas de Khelif son los de un hombre, entonces una contrincante mujer está en grave peligro.

Sin embargo, hasta el conocido biólogo evolutivo Richard Dawkins vio cancelada su cuenta en Facebook por postear que “los boxeadores genéticamente masculinos como Imane Khalif (XY undisputed) no deberían pelear en categorías femeninas”. Es significativo que a los biólogos evolucionistas como Dawkins les cueste tomar en serio las afirmaciones de que los humanos, como mamíferos primates, no son binarios sexuales, y algunos han sufrido por ello. Colin Wright ha sido expulsado de ese campo (a pesar de su firme apoyo a todo lo darwiniano) por insistir en un enfoque de la cuestión basado en la biología.

Cerramos como comenzamos. Hoy, frente a estas “Wokeolympics”, tenemos una evidencia más de la efectividad de la estrategia de la izquierda: instalar conceptos, criterios y sentencias que se universalizan y avanzan sin descanso. Es momento de adoptar una estrategia similar, pero con un propósito más elevado: repetir la verdad en cada circunstancia, siempre. No podemos dar por sentado ningún valor, debemos insistir en ellos sin descanso. Es hora de levantar las banderas de Occidente con orgullo y sin vergüenza. La batalla por la verdad siempre ha existido, y hoy no podemos permitirnos perderla. (El Líbero)

Eleonora Urrutia