En la antesala de una nueva segunda vuelta presidencial en Chile, nos encontramos frente a un momento crítico que pone a prueba la madurez de nuestra democracia. La «fiesta de la democracia» no debe ser entendida únicamente como el acto ritual de sufragar. La soberanía reside esencialmente en la Nación y su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones periódicas, ahora bien, lo anterior no es solo una declaración solemne, sino una responsabilidad activa que adquirimos cada vez que ejercemos nuestro derecho a votar.
Elegir democráticamente a la máxima autoridad del poder ejecutivo, no sólo un gesto simbólico, sino que corresponde a una decisión que influirá directamente en la vida cotidiana de muchas personas. La democracia representativa exige una ciudadanía activa. No basta con delegar el poder en un tercero, sino que es fundamental entender para qué se le entrega ese poder.
En un régimen presidencialista como el chileno, el programa de gobierno no es un mero trámite burocrático, es en la práctica, un contrato social propuesto a la ciudadanía. Cada candidatura trae consigo un programa de gobierno que, aunque a veces pueda parecer técnico o distante, contiene definiciones que pueden incidir en áreas tan sensibles como el desarrollo económico, la protección social, la seguridad pública, el medioambiente o las políticas laborales. Ignorar estas propuestas es renunciar a comprender cómo podrían cambiar las condiciones que estructuran nuestra convivencia
La democracia no solo necesita votos, exige un compromiso adicional, que esos votos sean conscientes. Un ciudadano informado es un actor político pleno, capaz de exigir coherencia, fiscalizar el poder y anticipar los efectos de las políticas que respaldará con su apoyo. En un país como el nuestro, donde el debate público suele tensionarse en periodos electorales, informarse se vuelve también un acto de responsabilidad con la verdad y con la convivencia democrática.
Votar sin conocer estas propuestas es firmar un cheque en blanco. En esta segunda vuelta, donde las opciones se estrechan y los modelos de país se contrastan con mayor nitidez, la responsabilidad cívica nos obliga a ir más allá del titular de prensa o el video de 30 segundos en redes sociales.
Una democracia sana se alimenta de ciudadanos que participan, opinan, evalúan y deciden con convicción. (Red NP)
Yhohan Lagos Pavez
Director Escuela de Administración Pública UNIACC



