El flamante ministro de Educación viajó esta semana, por unos minutos, al futuro.
Mientras la televisión transmitía imágenes de estudiantes saltando los torniquetes del metro, para evadir el pago del pasaje, medio Chile tiritaba. ¿Volvíamos a la previa del 18 de octubre? Consultado por los medios, frente al evidente déjà vu, Cataldo no se arrugó para responder que el de entonces y el de hoy eran “contextos distintos”.
Nos hemos pasado un año y medio marcando los cambios de opinión del Gobierno, particularmente los del Presidente Gabriel Boric. Desde los “30 años” a los estados de excepción, pasando por las acusaciones constitucionales, la negativa a abrir escuelas en pandemia, la migración ilegal.
Esos constantes cambios de posición respecto de un sinfín de asuntos, algunos trascendentes como el Estado de Derecho y la seguridad, responden a la circunstancia de gobernar, cuyas dificultades jamás sospechó el Frente Amplio.
De convicción nada, de oportunismo todo.
Cuando la izquierda regrese a la oposición, liberada ya de la pesada carga que implica la gobernabilidad, buscar el respaldo en el Congreso para sus reformas, dar explicaciones frente a todo el país, volverán a vociferar a sus anchas las ideas de siempre.
Volverán a intentar derrocar con acusaciones constitucionales o revueltas al gobierno de quien se cruce la banda presidencial desde la derecha. Lo harán en nombre de la igualdad y la democracia.
Los escucharemos otra vez calificar de contubernios a los acuerdos. Entonces, denunciarán con estruendo en Twitter que se cocina tal o cual decisión a “espaldas del pueblo”.
Volverán a convertir en héroes y referentes de sacrificio patriótico a los violentos. A celebrar la barbarie y la destrucción de nuestras ciudades. Y a bloquear la tarea de las policías, denunciando como atropello a los derechos fundamentales el intento de recuperar el orden público para una mayoría.
Volverán a visitar en las cárceles y a bautizar como presos políticos a quienes han sido condenados por los tribunales de delitos graves. A conmoverse por las huelgas de hambre en el sur, sin misericordia por sus víctimas.
Los escucharemos otra vez calificar de ajusticiamiento el asesinato de Jaime Guzmán. Y a tocar puertas para que sus asesinos gocen de impunidad.
Los habitantes de la clase media les parecerán, como siempre, arribistas que se atreven a aspirar a vivir mejor, a educar hijos para que superen en condiciones de vida a los padres, a viajar para asomarse al mundo (da igual si es a Miami o a París).
Volverán a utilizar la educación para rearticular poder. Destruidos los patines con las reformas que promovieron en el segundo gobierno de Michelle Bachelet, seguirán a la siguiente fase. Que no quede espacio para la libertad, ni de enseñanza en las escuelas, ni de formación en la familia.
Retomarán el viejo anhelo de derrotar al capitalismo (ya nos lo adelantó el Presidente Boric en esa ya icónica entrevista en la BBC). No puede cambiarse la naturaleza de quienes ven abusos en la capacidad de generar riqueza, y desigualdad en el talento, el mérito.
Al mercado y sus leyes habrá que intentar disciplinarlas, las veces que sea necesario. Un breve viaje al futuro está haciendo hoy el ministro de Agricultura, acusando de colusión a los productores de papas: miles de pequeños agricultores, desde Coquimbo a Chiloé, estarían organizándose para subir los precios.
Se irán los pasajeros cambios de opinión, como Gustavo Adolfo Béquer imaginó que todo vuelve a su lugar, en ese poema que recuerda mi niñez:
“Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán”.
Isabel Plá



