El restablecimiento del nombre Salesianos en San Miguel es más que un simple gesto administrativo: es una corrección necesaria frente a una práctica que tantas veces distorsiona lo más básico de la vida urbana: cómo llamamos a las calles donde vivimos. Los cambios forzados suelen confundir y dividir, mientras que mantener sus nombres históricos da continuidad y pertenencia a la comunidad. Es una realidad que conozco bien: en Cerrillos pasé años preguntándome quién era Félix Margoz.
¿Quién es Félix Margoz? No crea que empiezo esta columna homenajeando a Ayn Rand (Who is John Galt?), sino que era una pregunta que me hice durante años esperando la micro para ir al colegio. Se trata del nombre de una calle de mi barrio en Cerrillos por donde pasaban los recorridos 335, 358 y 360 (que en sus carteles la mal nombraban como “F. Margot”) que me llevaban a Santiago Centro donde estudié toda la vida. ¡Tres recorridos! Chúpate esa, Transantiago.
Quizás, Félix Margoz fue uno de los primeros que hicieron patria en lo que su tiempo era solo el fundo Los Cerrillos; quizás, un empresario industrial como Salomón Sack, que también tiene una calle en mi barrio. Debo admitir que no he sido diligente en enterarme quién fue, sin embargo, estoy dispuesto a quebrar una lanza para que ese nombre se mantenga en esa calle por el resto de los tiempos, porque vecinos de tiempos pretéritos consideraron relevante bautizarla así. Nuestro deber no es nombrar a nuestro antojo las calles con el famoso de turno, sino conocer nuestra historia y reivindicarla.
Muchas veces los cambios de nombres de calles se hacen de espaldas a la ciudadanía. Volviendo a mi barrio, este se encuentra entre Camino a Melipilla y avenida Ferrocarril, nombres de toda la vida que tenían el más completo sentido: uno te lleva directo a Melipilla y la otra bordea una línea del tren. Así las hemos llamado siempre; los calendarios de restaurantes chinos y almacenes indican esos nombres. Pero a las autoridades comunales se les ocurrió renombrar una como Pedro Aguirre Cerda y la otra como Salvador Allende.
Por eso, celebro la decisión del Concejo Municipal de San Miguel, encabezado por la alcaldesa Carol Bown, de restituir el nombre histórico Salesianos a la avenida que una administración anterior rebautizó como Salvador Allende. La consulta ciudadana fue clara: un 85% de los vecinos optó por recuperar el nombre original. No es un gesto partidista, sino un acto de respeto hacia la memoria colectiva y hacia quienes han construido la identidad del barrio por generaciones.
Y no debería sorprender a nadie. El nombre Salesianos fue adoptado en las primeras décadas del siglo XX para honrar la labor social y educativa en la comuna de la congregación fundada por San Juan Bosco. Con el tiempo, se volvió un símbolo de pertenencia: decir “vivo en Salesianos” no es solo dar una dirección, es declarar un arraigo y una identidad compartida con San Miguel y su historia.
Soy de la idea de preservar los nombres históricos, por mucho que algunos no me agraden (como la calle José Stalin en Ciudad de México). No se trata de borrar a unos para imponer a otros, sino de mantener coherencia con nuestro pasado. Si se quiere bautizar calles emblemáticas con personajes relevantes, hay soluciones más proporcionadas como nombrar al tramo de la calle Rosas cercano al Teatro Teletón como Mario Kreutzberger. Y, de paso, que esto incentive a las autoridades a construir más calles y caminos: si quieren poner placas, que primero inviertan en concreto y después en señalética. Así, al menos, mejoran la vida del vecino que ya no sabe cómo llamar la calle donde vive.
Parte de la izquierda ha convertido el cambio de nombres en una obsesión. En una entrevista, Federico Jiménez Losantos, citando a un autor norteamericano me regaló una frase notable: “lo más difícil de predecir en la Unión Soviética no era el futuro, sino el pasado, porque cada cambio de poder traía nuevos héroes y nuevas calles”. Mantener nuestras calles con sus nombres, aunque a veces resulten difíciles de explicar, no deja de ser un reflejo de la vida en libertad y una garantía de que la historia no se define desde arriba mediante un decreto.
Valoro que la alcaldesa Bown haya abordado un tema que, aunque para ojos afuerinos pueda parecer secundario, incide directamente en la vida y en la identidad de los vecinos. Lo hizo a través de un proceso de consulta donde la mayoría se inclinó de forma contundente en favor de su nombre más clásico. Es una señal de que se puede hacer política de cara a la ciudadanía, pensando fuera de la caja y actuando fuera de los márgenes establecidos por el adversario.
El problema no está, como señaló Alfredo Joignant, en un “peligroso revisionismo histórico”, sino en el revisionismo que sí se practicó en 2023 al rebautizar la avenida para exaltar a Salvador Allende, sacrificando la convivencia entre los vecinos de San Miguel. Restituir Salesianos no borra la historia, sino que la devuelve a su cauce original, recordándonos que las calles no son un lienzo para la propaganda ideológica, sino una parte viva de la memoria de una comunidad. (El Líbero)
Juan Lagos



