Volver a la realidad

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Es sorprendente cómo se está recurriendo a la descalificación del adversario para ganar el plebiscito. Se caricaturizan los planteamientos, se simplifican los argumentos cuando no se recurren a exageraciones absurdas que llegan a constituir verdaderas noticias falsas. Muchos encuentran un refugio seguro en su propia ideología y desde allí disparan como ametralladoras bombas de racimo en todas direcciones. ¡Ay del que los contradiga!

Cuando Chile Vamos plantea una lista de temas que quisieran ver presentes en la nueva Constitución, en vez de valorar el avance en sus posiciones respecto al pasado, se cuestiona su sinceridad; por su parte, cuando el Socialismo Democrático y Apruebo Dignidad dan a conocer un acuerdo sobre modificaciones a la propuesta constitucional, se sostiene que es sólo una maniobra electoral de última hora.

Los votantes merecen un debate mejor. La política es algo más que pura pasión. Es cierto, como afirmaba el sicoanalista Matte Blanco, que ella hunde sus raíces en lo más profundo del inconsciente, donde se confunden en un marasmo el todo y las partes y con dificultad se percibe la secuencia temporal de los procesos. Por eso a veces cae peligrosamente en mitos resistentes a la realidad. Es responsabilidad de los actores políticos evitar ese peligro y hacer primar la racionalidad.

Ambas opciones del plebiscito son legítimas y se pueden esgrimir razones atendibles para fundarlas. Hay que superar la lógica de amigo-enemigo. Dejemos en la estantería a Karl Schmitt y a Ernesto Lacalu. No nos sorprendamos entonces que la política esté desprestigiada y que los ciudadanos recelen de los partidos y sus líderes, en especial de los que representan posiciones más extremas. Las redes sociales están cargadas de insultos y descalificaciones.

Se debiera, en cambio, tener en cuenta lo que reiteradamente señalan las encuestas: los ciudadanos apoyan posiciones más equilibradas, dejando en la orfandad a quienes rechazan en su totalidad la propuesta constitucional y quieren seguir con la actual Constitución y a los que plantean aprobarla a rajatabla sin modificaciones. Las personas resisten a ser encasilladas en opciones binarias y excluyentes: se inclinan por rechazar para cambiar y aprobar para mejorar.

Ambas alternativas, hoy confrontadas, luego del plebiscito se requerirán mutuamente para cumplir sus compromisos.

Si gana el Rechazo, para alcanzar los 4/7 de los parlamentarios y poder reformar la actual Constitución y abrir así un nuevo proceso constituyente, no son suficientes los votos de Chile Vamos y de quienes están por el Rechazo, teniendo en cuenta además la intransigencia de Republicanos. Se necesita un acuerdo con los partidos oficialistas y con el Gobierno: el Presidente conserva su facultad de veto.

Si triunfa el Apruebo -como espero- la implementación de una parte sustantiva de la Constitución, que se refiere al funcionamiento del Estado salvo algunas excepciones, se requieren numerosas leyes habilitantes; para lograrlo, las fuerzas que respaldan al Gobierno, suponiendo que actuaran unidas, no son suficientes. Nuevamente se necesita llegar a acuerdos más amplios. Lo mismo vale para los cambios comprometidos para mejorar el proyecto de nueva Constitución.

Lo que los votantes deben sopesar es cuál opción es mejor para ir terminando con la incertidumbre y alcanzar un texto constitucional capaz de regular la vida social y pública que le facilite al país enfrentar los desafíos del futuro: partir de cero asumiendo los aportes que hoy se reconocen al proyecto de nueva Constitución de M. Bachelet y los avances provenientes de la Convención Constitucional, sobre todo en los capítulos sobre los principios y derechos, o alcanzar los acuerdos tomando como base, como punto de partida afirmó M. Bachelet, la propuesta sobre la cual debemos pronunciarnos. En esa segunda eventualidad, las reformas deberán ser sancionadas por un plebiscito por la gente. No es un cerrojo, sino una garantía de transparencia y legitimidad, tal como ocurrió en 1989 con los cambios que abrieron paso a la transición a la democracia.

Ambos caminos son pedregosos, requerirán lo mejor de la política. La disyuntiva no es entre blanco y negro, sino entre apreciaciones sobre el mejor medio para alcanzar un fin cuyos elementos esenciales aparecen hoy perfilados.

Hay que reconocer un gran mérito a la Convención Constitucional. Sin sus debates y votaciones, no se habría producido en la sociedad una evolución rápida hacia posiciones más justas y modernas, por ejemplo, la aceptación hoy general del estado social y democrático de derecho y de una consagración eficaz y clara de los derechos económicos, sociales y culturales, así como de un mayor compromiso con el cuidado de la naturaleza, las normas de buen gobierno y la descentralización del poder estatal y el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas.

Los planteamientos de las principales fuerzas políticas del país no son, ni pueden ser, simples declaraciones que se las lleva el viento. Las palabras constituyen un compromiso que la ciudadanía sabrá exigir cuando sea oportuno.

Hay que dejar las trincheras y escuchar a la gente y valorar su capacidad de decidir. No sobrecarguemos la disyuntiva con nuestros prejuicios ideológicos irracionales. No fomentemos la polarización. ¡El país tiene suficientes problemas por delante cuya solución exige buena voluntad y capacidad de diálogo! (El Líbero)

José Antonio Viera-Gallo