El retiro del Partido Liberal del Frente Amplio y la renuncia de un par de diputados a Revolución Democrática plantean un problema que estaba más o menos dormido en la política chilena.
Se trata de la orientación ideológica que las distintas fuerzas, de izquierda y derecha, reconocen ¿Hay vino nuevo en odres nuevos?
Desgraciadamente no.
En la derecha ha reaparecido una corriente antiliberal o, al menos, iliberal. La lidera Mario Desbordes. Escucharlo (cuando ha hilvanado alguna idea distinta al 10% de las AFP o dejado de formular quejas frente a “la indolencia de la élite”) es como leer “La educación económica y el liceo” de Francisco Antonio Encina o la “Rerum novarum”, o como hacer renacer a E. Cruz-Coke sacándole el talento y el carisma. Lo que caracteriza a este punto de vista es la tendencia a sustituir al individuo por una idea sustancialista de la vida social. Donde la UDI ponía a los grupos intermedios, esta derecha sitúa al pueblo concebido como sujeto con personalidad, necesidades, carencias y expectativas propias, atado a un territorio. Y el Estado sería el ente capaz de discernirlas y satisfacerlas. Para esta derecha el individuo se ha desvanecido y solo existe como miembro de la clase media o como integrante de una élite egoísta. Resta por dilucidar el misterio de cómo y por qué algo así sigue siendo de derecha. Y de qué forma tolera eso Evópoli sin que quiera salir huyendo como el Partido Liberal del Frente Amplio.
En la izquierda, por su parte, ha reaparecido el antiguo sueño de sustituir al capitalismo; pero como este último parece ser “el horizonte insuperable de la época” (así llamó Sartre alguna vez al marxismo), ese propósito se esgrime ya no como un objetivo a alcanzar, sino como un horizonte que orienta la acción, una simple escatología que inspira el quehacer y el esfuerzo cotidiano. Con esa inspiración se promueve entonces la crítica al neoliberalismo, es decir, al capitalismo tal cual hoy se lo conoce. Es esta una izquierda de inspiración inevitablemente religiosa no solo por su gnosticismo (es decir, por su incomodidad frente al mundo y la convicción de que hay que cambiarlo totalmente), sino por la forma en que insufla ideas a sus seguidores y el lenguaje algo arcano que poco a poco ha ido adquiriendo (donde por ejemplo se da a la palabra “transformación” un significado positivo, al margen de hacia dónde se quiera transformar, que es como cuando un consejero new age le dice a usted “debe cambiar su vida”). Hay en ellos un cierto sentido de vanguardia y por eso ser minoría en vez de disminuir su espíritu, como lo muestra el diputado Boric, lo acrecienta. ¿Desde cuándo un creyente se ha amilanado por ser minoría o porque los hechos lo desmientan una y otra vez? El Frente Amplio ha optado por esta línea de izquierda: anticapitalista en lontananza, aparentemente monacal de costumbres y provisto de una fe que ninguna evidencia puede quebrantar.
En medio de eso se encuentra la ex-Concertación o ex Nueva Mayoría (todavía no ex Unidad Constituyente).
El problema de esa fuerza política (que reúne a socialistas, pepedés, decés y radicales) es que construyó buena parte del Chile contemporáneo, es decir, tuvo éxito en lo que se propuso. Y frente a eso no le quedan más que dos caminos.
Uno de ellos consiste en sostener que no era eso lo que quería hacer (Muñoz, Elizalde, Maldonado y Chahin podrían gritar a coro ¡no era eso, no era eso!, como Ortega y Gasset cuando descubrió para dónde iba la república). Pueden decir que habrían preferido cambiar radicalmente las cosas en pos de los viejos ideales, solo que la realidad, los enclaves autoritarios y cosas parecidas se lo impidieron. No fue su anhelo, sino fuerzas más allá de su control el obstáculo. Ese es un camino. Se trata de un largo y dificultoso esfuerzo redentor en medio del cual deberán, una y otra vez, dar pruebas de una contrición sincera —por mi culpa, por mi culpa— frente a lo que hicieron.
El otro camino consiste en reivindicar lo que lograron hacer. Y comprender que buena parte de las dificultades del Chile contemporáneo (descontada la pandemia) es fruto de la mejora material, la que, como suele ocurrir, acarreó procesos de individuación, diversidad cultural y el surgimiento de grupos medios distintos a la vieja mesocracia. No hay motivos, podrían decir, para golpearse el pecho, ni pedir perdón; aunque sí para curar algunas de las patologías de la modernización, en especial en salud y pensiones, única forma de salir al paso de las flechas del destino, la vejez y la enfermedad, que a todos alguna vez van a alcanzar.
¿Por dónde se inclinarán el pepedé, la decé, socialistas y radicales? Una cosa es segura. Salvo que las dos últimas décadas hayan sido un espejismo y un engaño del que todos acaban de despertar; excepto que hayan sido una experiencia que no dejó rastro alguno en la cultura; y salvo que millones rechacen su trayectoria vital, no cabe duda de que la última es la única alternativa que, bien expuesta, y al margen de las jeremiadas a voz en cuello y tan de moda, podrá hacer sentido a las mayorías. (El Mercurio)
Carlos Peña



