En un Epílogo a «El mapa y el territorio», novela de Michel Houellebecq de 2010, el narrador nos pinta una Francia de hacia 2032. Al país le va bien, nos cuenta, pero en base a la agricultura, al turismo chino y ruso, y a productos como el paté y el perfume. Ya no hay industria pesada. Se ha invertido en reforestación, y el bosque ha agarrado vuelo propio. Ahoga las ruinas de las fábricas, como aquellas selvas tropicales que, en las novelas de Alejo Carpentier, van borrando las frágiles construcciones humanas.
Evoco este Epílogo para poner en perspectiva el notorio argumento de «Sumisión», la última novela de Houellebecq. El narrador, un profesor de literatura de la Sorbona llamado François, describe una Francia de 2022, en que un tal Mohammed Ben Abbes, líder de la «Hermandad Musulmana», es elegido Presidente.
Ben Abbes le gana a Marine Le Pen en segunda vuelta, con el apoyo de los que perdieron en la primera, incluidos Manuel Valls, del Partido Socialista, y la disminuida derecha tradicional de Sarkozy. Esta Francia que en 2022 está al borde de una guerra civil, y donde el saliente Presidente Hollande impone una férrea censura a las noticias, no podría ser más distinta a la de la novela anterior. O sea, a Houellebecq le gusta explorar diferentes escenarios futuristas para inquietar a sus lectores, pero no hay que tomarlos con exceso de literalidad. Lo han tildado exageradamente de «francófobo», y ahora, con «Sumisión», que por despeluznante coincidencia se publicó el día del ataque a Charlie Hebdo, lo acusan de «islamofobia». Pero las acusaciones no son certeras.
En «Sumisión» las elecciones de 2022 interrumpen una vida que para François era poco ideal. En sus clases en la Sorbona, quedaba solo un puñado de estudiantes, y sus breves romances con alumnas eran cada vez menos estimulantes. Él es experto en Huysmans, el novelista «decadente» de fines del siglo diecinueve, que terminó convertido al catolicismo, mientras a la vez buscaba la «felicidad matrimonial burguesa». A François, un intelectual decadente, pesimista, ateo y solitario, le intrigan estas tardías búsquedas de Huysmans. Se instala unos días en la abadía de Ligugé, donde Huysmans se inspiró. Visita Rocamadour, monumento al cristianismo medieval, cuando no había «individualismo», y los fieles componían un solo cuerpo de Cristo. En suma, cuando triunfa Ben Abbes, François está insatisfecho con su vida descreída y solitaria, y abierto tanto a un llamado de Dios como a una felicidad matrimonial que nunca iba a poder disfrutar con sus efímeras alumnas.
El triunfo de Ben Abbes coincide con la venta de la Sorbona a Arabia Saudita, y François es expulsado, porque no es musulmán. Sin embargo las nuevas autoridades lo seducen, y se convierte. ¿Es muy vergonzosa esta «sumisión»? La novela deja abierta la pregunta. Le van a pagar bien y le van a asignar tres mujeres, por lo que la felicidad matrimonial la tendrá asegurada. Además se sentía desamparado -como lo estaba su país- sin religión. ¿Por qué no el monoteísmo integrista del Islam? Por otro lado, con el dinero saudita van a renacer los estudios literarios. Finalmente, Ben Abbes quiere ampliar la Unión Europea para incorporar el norte de África, en lo que va a ser una reedición del imperio romano. Va a lograr, entonces, lo que no pudo Napoleón, y el francés va a volver a ser la lengua franca de Europa. ¿Quién podría estar en contra?
No sorprenderá que el «islamofóbico» Houellebecq haya sido tildado, ahora, de «islamista». Tampoco lo es. Él es un novelista y sus libros no tienen mensajes. Lo que hace es escarbar sin piedad en temas sensibles que atañen al futuro de Francia y de Europa; temas que muchos prefieren esquivar.(El Mercurio)