Diversas encuestas señalan que más o menos la mitad de los chilenos tomará vacaciones este verano. Qué necesarias y sanadoras son las vacaciones.
En este período, la sociedad tolera e incluso promueve pensar aún más en uno mismo y su entorno que en el resto. Algunos ahorran durante el año para un viaje de descubrimiento mientras otros vuelven al mismo lugar de vacaciones y esperan el reencuentro con esos amigos estivales que durante el año no se ven. Otros planean con detalle actividades deportivas, visitas culturales o seleccionan libros. En general, planifican su recreación. Es un tiempo en que podemos darnos el lujo de concentrarnos en nosotros mismos, la familia y los amigos. Las vacaciones son un momento de ensimismamiento aceptado y promovido socialmente. Las personas solidarias también tienen derecho a ese relajo.
Pareciera entonces que no es el momento más propicio para hablar de solidaridad. Sin embargo, las vacaciones ilustran bien lo que está en juego. Pensemos cuán razonable es plantear que la solidaridad solo sea válida a título individual. El caso de las vacaciones muestra que esa solidaridad puede ser, al menos, inconstante por una razón banal: hay otras cosas legítimas que uno quiere hacer. Entonces, si somos solidarios y nos interesa el bienestar de personas en necesidad, por qué querríamos exponerlas a nuestra distracción. Si somos solidarios a título individual, nos interesará profesionalizar la solidaridad.
En esa organización, lógicamente puede haber participación privada, como ocurre con el Hogar de Cristo o María Ayuda, por dar dos nombres. Ellos mismos no tienen la capacidad de enfrentar todos los desafíos sociales, en parte, porque su financiamiento es volátil, puesto que así son las donaciones privadas. Así, el estado de ánimo solidario en una democracia puede determinar un mandato al Estado para que coordine acciones que profesionalicen el auxilio de quienes están en necesidad.
En caso de terremoto se ayuda a los damnificados; financiamos a bomberos para fortalecer su combate a los incendios forestales; cuando el frío es excesivo, se dispone de infraestructura pública para proteger a personas en situación de calle; cuando la delincuencia azota a una región, el Estado dispone medios para intentar controlarla. En estas muestras de solidaridad, como muchas otras, el Estado no pregunta a la ciudadanía su disposición a ayudar, sino simplemente actúa dentro del margen de la ley democráticamente definida por sus representantes. El Estado debe prepararse para ejecer una solidaridad eficaz (que resuelva necesidades) y eficiente (a bajo costo social), con reglas impersonales y preexistentes que impidan la manipulación de los más vulnerables y promuevan su dignidad.
Entonces, cuando la solidaridad está bien organizada, podemos hacer una pausa para gozar más nuestras merecidas vacaciones, seamos o no solidarios a título individual. (La Tercera)
Guillermo Larraín