Venezuela: lo que se juega este 28 de julio

Venezuela: lo que se juega este 28 de julio

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En 1999, año en que subió la revolución bolivariana, Venezuela era un actor principal en el mundo de la energía. Producía 3,1 millones de barriles de petróleo diarios y, tras Brasil, México y Argentina, era la cuarta economía de América Latina. A partir de 2003, el gobierno toma control de PDVSA e inicia su destrucción, proceso que lo oculta el enorme aumento del precio del barril desde US$ 12, en 1998, a US$ 62 en 2006.

A caballo de esta bonanza de precios, Chávez implementa uno de los más desenfrenados populismos del que haya recuerdo. El gobierno reparte a destajo desde electrodomésticos a toda clase de subsidios; sustituye a Rusia en el inmenso costo de apoyar con petróleo a Cuba; crea Petrocaribe, entregando a una docena de naciones energía barata y créditos largos; anuncia la construcción del Gasoducto del Sur, que irá desde el Caribe hasta la Patagonia; promete la creación de una moneda, el sucre, que busca sustituir al dólar en la región, etcétera, etcétera.

En el extravío de un caudillo militar, inculto y megalómano, los hidrocarburos aparecían como un arma geopolítica invencible, ignorando lo que el mundo conoce como “la maldición del petróleo”, esto es, Estados con débiles instituciones, donde la inmensa riqueza del subsuelo es despilfarrada por gobiernos corruptos, sin controles ni transparencia. El petróleo, entonces se transforma en lo que un venezolano llamó “el excremento del diablo”.

Así sucedió. Del extravío chavista nada ha sobrevivido. La producción hoy alcanza a 800 mil barriles y sus saldos exportables —esto es, deducido el consumo interno— a 400 mil, lo que la hace irrelevante en el mercado mundial de energía. Su PIB per cápita se ha reducido a la cuarta parte de lo que era; es hoy la tercera nación más corrupta de la Tierra; su índice de homicidios por 100 mil habitantes supera a los de México, Colombia o Ecuador; en fin. Con la ruina del petróleo vino también la del populismo, pues este no es posible cuando lo que hay para repartir son pensiones de cuatro o cinco dólares mensuales y un sueldo mínimo que, excluidos bonos y gabelas, es similar.

La salida de esta crisis sería posible con un gobierno que concitara un amplio respaldo, legitimado por elecciones libres y honestas, que fuera objeto de un apoyo internacional capaz de canalizar ayuda e inversiones. Es lo que estará en juego en las elecciones presidenciales que se realizarán en diez días más. Sin embargo hay escepticismo de que ello vaya a ocurrir.

Venezuela ha venido caminando hacia la creación de un Estado policial. Lleva tiempo rompiendo el monopolio sobre las armas al crear policías y paramilitares fuertemente armados (Policía Bolivariana; DAE; Colectivos) que actúan fuera del control de un marco legal efectivo y de una judicatura independiente. Un informe de la ONU imputa a la DAE, en un solo año, 5.287 muertes bajo la simple explicación de “resistencia a la autoridad” y que grupos de derechos humanos acusan ser, en su mayoría, ejecuciones sumarias.

El rechazo a la presencia de una observación electoral real ha puesto bajo sospecha las elecciones del 28 de julio, haciendo temer que ellas muestren al régimen arrasando con la democracia electoral o lo que queda de ella.

El agravamiento de la crisis humanitaria es vista con preocupación por los países de la región, como lo muestra la emigración de 7,5 millones de venezolanos que, en condiciones de pobreza, deambulan por el continente en busca de mejores condiciones de vida. A esa diáspora, el gobierno de Maduro ha agregado la expulsión, hacia otras naciones, de miembros de bandas criminales que con sus actos delictivos han agravado la xenofobia contra los habitantes de su país.

Sin embargo, el régimen venezolano, no obstante su creciente deriva autoritaria, tiene, comparado con Cuba, Nicaragua o los desaparecidos socialismos reales, un factor favorable, y es que en su interior sobrevive una fuerza de admirable coraje, compuesta por partidos, liderazgos como María Corina Machado, un puñado de universidades y ONGs, encuestadoras, un sector privado que puede representar algo más de un 12% del PIB, unas redes sociales activas con más de un 60% de acceso a internet, una cultura política que no ha desaparecido.

Nada podría ser más auspicioso que las elecciones venezolanas fueran limpias, honestas y reconocidas por todos. Pero si ello no ocurre, los escenarios previsibles son malos. De partida se agravará el aislamiento internacional del régimen y se restablecerán las sanciones a las ventas de petróleo venezolano en los mercados abiertos. Se agravará la emigración y si se cierra el Tapón del Darién, se incrementarán los flujos que se encaminan hacia países de más al sur como Chile, Perú, Ecuador, Colombia. (El Mercurio)

Genaro Arriagada