El Estado no es una entidad que se dote a sí misma de sus propios fines, atribuciones y recursos, como lo haría una empresa, por ejemplo. En realidad, es el resultado predilecto de la política. Es ella la que le provee lo necesario para cumplir adecuadamente con sus funciones. La Ley de Presupuesto, una de las más importantes que aprueba cada año el Parlamento, es el instrumento mediante el cual se le transfieren recursos y en no pocos casos se le asignan nuevas atribuciones y fines. Otras leyes suelen modificar su organización y las funciones que realiza. Cabe decir que el Estado chileno no es de ningún modo una organización feble o desposeída de los recursos necesarios para realizar sus funciones.
Si no es capaz de cumplir algunas de sus tareas fundamentales, y ocuparse de producir orden es una de estas, se debe concluir que la política no ha sido capaz de reformarlo y modernizarlo oportunamente. En consecuencia, estamos en realidad ante una falla de nuestro sistema político, quizás la más gruesa de todas desde el retorno de la democracia, cuya reparación demandará grandes y exigentes acuerdos de los partidos políticos, justo lo que parece escasear en el ánimo de sus líderes más prominentes. (El Mercurio Cartas)
Claudio Hohmann



