¿Una derecha posliberal?

¿Una derecha posliberal?

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En su columna de ayer, Juan Ignacio Brito sostiene que los resultados electorales del domingo rearticulan el mapa político en tres tercios: izquierda, populismo y conservadurismo. Se estaría iniciando así una era “posliberal” en Chile.

Muchas preguntas pueden hacerse para escrutar esa sugerente interpretación. La que me parece ahora más pertinente es la que incumbe a las derechas. En la lectura de Brito, lo que se estaría produciendo es una ruptura de la vieja alianza liberal-conservadora que ha sostenido al sector en las últimas décadas. Y sugiere que, en este escenario, los conservadores debieran optar por nuevos socios.

Ante este dilema se abren dos caminos. El primero es buscar puntos de encuentro con el populismo. El segundo es reconstruir la alianza liberal-conservadora. Brito parece preferir el primero. Quiero argumentar por el segundo.

El populismo, que en una época contaminó principalmente a las izquierdas, hoy se despliega cómodamente también en líderes de derechas. Sus elementos definitorios son disputados, aunque hay uno que atraviesa todas sus caracterizaciones: la exacerbación de la confrontación, de la lógica del amigo-enemigo schmittiana. Insuflar la disputa entre pueblo-élite, nacionales-extranjeros, buenos-malos es parte habitual de la retórica populista. Es por eso que el líder populista no habla de unidad o consensos. Simplemente le niega legitimidad al rival porque es su enemigo.

Kast y Kaiser, y con ellos el ideario conservador que los inspira, han coqueteado con las formas populistas. Ahora, y más allá de la estrategia electoral de las semanas que vienen, deben rechazarlo con convicción. De lo contrario, su proyecto será arrastrado por el populismo, dañando la convivencia y deslegitimando cualquier contenido.

Creo, por el contrario, que el camino de las derechas es revitalizar la alianza liberal-conservadora. Al menos desde mediados del siglo XX, en la derecha chilena han confluido corrientes intelectuales que han sabido convivir en inestable armonía al momento de hacer política. Las distintas corrientes surgidas en los 70 y 80 (nacionalistas, chicago-gremialistas y social cristianas) empezaron a converger en los 90 en una alianza liberal-conservadora que la ha sustentado.

A mi juicio, esta alianza ha sido exitosa desde diversas perspectivas. Ha mantenido presencia electoral permanente en el sistema de partidos, lo que la distingue de la mayoría de sus pares latinoamericanos. Por otra parte, ha logrado penetrar ideológicamente en toda la derecha sin fragmentarse en partidos distintos, como ocurrió en Chile hasta los 60. Así, los principales partidos de la derecha chilena desde el 90 (RN y la UDI) cobijaron en su interior tanto el pensamiento liberal como el conservador. Esto ha permitido que ambos idearios compitan al interior de los partidos de derechas y no entre ellos, lo que facilita la síntesis y consolida la alianza.

Es evidente que el escenario actual en las derechas es distinto. Estamos en un tránsito hacia nuevas hegemonías. Descartar la alianza liberal-conservadora y preferir el populismo, como lo han hecho muchas derechas en el mundo, puede ser tentador. Pero, a la larga, será un fracaso tanto electoral como sustantivo. Y es que el populismo envenena todo lo que toca. (El Mercurio)

Sebastián Soto Velasco
Centro de Estudios Públicos