Una democracia distinta

Una democracia distinta

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Alguien podría creer que la exministra Jara comenzó su campaña presidencial con una franqueza digna de encomio, pues sus declaraciones de que Cuba tiene un “sistema democrático distinto del nuestro”, parecen ahorrar a la ciudadanía cualquier duda acerca de su concepto de democracia: este es tan maleable, tan banal, que incluso un régimen con partido único, en el que no hay competencia electoral, puede ser calificado de “democrático”. Pero eso sería un error, ya que difícilmente se trata de franqueza. Al menos la ideología de Jara permite suponerlo así. Dada esa ideología, así como el carácter ejemplar que sus militantes atribuyen al régimen cubano (al que incluso no dudan en calificar de “heroico”), es difícil no suponer en las explicaciones de Jara un relativismo hipócrita y oportunista. “Distinto del nuestro” tendría sentido si la discusión fuera acerca de si el sistema electoral debe ser proporcional o mayoritario, o de si la democracia debe ser presidencial o parlamentaria; pero no cuando se refiere a la tiranía cubana. El súbito relativismo en que se escuda Jara, conforme al cual no puede ni saberse ni definirse lo que es una democracia, es en realidad una forma de deshonestidad. De mentirle a la ciudadanía. Si Jara hubiera querido ser franca, debería haber dicho algo así como “el régimen cubano es un dechado de justicia y yo aspiro a implantar su modelo aquí”. Eso habría sido lo más honesto, sobre todo teniendo en cuenta que, como todos sus correligionarios, achaca todos los problemas de Cuba a factores externos. Pero claro, eso no lo puede decir, pues le supondría una sangría de votos.

Esto nos lleva al uso eufemístico de “distinto”. Cuba es la antítesis de la democracia. Cuando Jara dice que es una democracia “distinta” lo que está haciendo es ocultar esa oposición e incompatibilidad. Cuba es una democracia “distinta” como la Convención proponía una república “distinta”, con un sistema de representación “distinto”, etcétera.

Ahora bien, las taimadas declaraciones de Jara son en verdad previsibles. Lo sorprendente es que quienes aceptaron gobernar con ella y su partido expresen ahora su desacuerdo en este punto fundamental. Esa es otra forma de hipocresía y oportunismo, semejante a la que practican el cínico y el adulador. Por eso es difícil que, pese a su intempestiva desavenencia, la centroizquierda no se vea salpicada por la incapacidad de Jara para comprender la democracia. (El Mercurio)

Felipe Schwember