Un elegante veterano

Un elegante veterano

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Ordenadas por Guillermo Parvex, las anotaciones de José Miguel Varela, abogado y combatiente de tres guerras, fueron superventas editorial durante 2016. Yo voy recién por la mitad y estoy encantado con el testimonio autobiográfico que el autor da acerca de la Guerra del Pacífico. Encantado con la prosa de Varela, con su pudor, con su sobriedad, con su elegancia, con su particular manera de nombrar las cosas, las personas y los lugares de la guerra, con el modo en que hace literatura sin pretender hacerla. Encantado incluso con su nacionalismo -felizmente comedido-, con su patriotismo, con su nada ostentosa valentía, aunque por momentos él ponga en sordina las brutales conductas de nuestros soldados cuando ocuparon Lima y culpe a las tropas peruanas en retirada de muchos de los saqueos y ejecuciones que ocurrieron en ese momento en la capital peruana. Sé que en el libro viene luego la Guerra de Arauco -esa que nos enseñaron como Pacificación de la Araucanía-, como también la Civil de 1891, dos acciones locales en que la brutalidad corrió solo por cuenta de la casa.

Al ingresar Varela a la Biblioteca de Lima, de la que fue nombrado director por nuestras fuerzas de ocupación, dice haber encontrado muchos destrozos, tanto de mobiliario como de libros, los que atribuyó a la acción de saqueadores peruanos en los días previos a la entrada de las tropas chilenas en la ciudad.

A ese episodio del libro quiero referirme en esta columna.

El cometido que se le había dado a nuestro compatriota consistía en seleccionar los libros que considerara de mayor interés, listarlos, embalarlos y despacharlos a Chile como botín de guerra. Él lo llama «retribución de guerra» y fue de esa manera como varios miles de valiosos volúmenes llegaron en carretas a la Biblioteca Nacional en Santiago. Algunas cajas con libros se perdieron en el trayecto y fueron privatizadas por coleccionistas nacionales.

Parte de los libros y documentos de los que nos apropiamos fue devuelta al Perú por el Presidente Santa María a modo de un gesto de buena voluntad tras la firma del tratado de paz entre ambos países. Pero el resto -afirma Varela-, «cerca de seis mil libros, quedó en la Biblioteca Nacional de Chile».

Mientras cumplió tareas en la Biblioteca de Lima, Varela fue asistido por un gran intelectual peruano, Ricardo Palma, no de muy buena gana, se entiende, hasta el punto de que el primero esperaba por las tardes a que Palma concluyera su jornada y se marchara a casa para entrar en su despacho y revisar los cajones y huecos en los que el escritor limeño pudiera haber escondido las piezas más valiosas de la biblioteca. Palma era subdirector de la Biblioteca al momento de caer en manos chilenas y cuenta Varela que a veces se fumaban juntos un par de cigarrillos y conversaban de literatura, de política, de ciencias, mientras el ocio, el alcohol y el paludismo hacían estragos en una dispersa tropa de ocupación bastante mal liderada por los generales a cargo. Era el invierno de 1881 y el victorioso Chile no demostraba mayor capacidad para administrar la ocupación militar. Las cosas mejoraron -dice Varela- cuando el Almirante Patricio Lynch asumió como comandante en jefe del ejército de ocupación, y jefe político y militar del Perú.

¿Se imaginan ustedes a Palma y a Varela desplazándose durante un mes por los pisos de mármol de la Biblioteca de Lima y encaramándose a los grandes estantes de madera, uno con la avidez y alegría del vencedor, y el otro con la frustración y el dolor del derrotado? Dos de las caras más habituales del mundo.

Otra buena cantidad de libros fue devuelta al Perú durante el primer gobierno de Bachelet, y sería oportuno saber cuántos quedan aún en nuestra Biblioteca Nacional para continuar con la devolución. Existen convenciones internacionales que nos obligan a ello. No faltarán quienes se opongan diciendo que se trata de un tema sensible, aunque es del caso reconocer que lo es más para Perú que para Chile.

Si las guerras tienen costos para los países que las pierden, también los tienen para aquellos que las ganan. En alguna medida, según me parece, la situación que vivimos hoy con Bolivia es uno de esos costos. Debe ser porque resultar vencedor en una guerra impone más responsabilidades que haberla perdido.  (El Mercurio)

Agustín Squella

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