Desde una mirada racional, las elecciones cumplen dos funciones esenciales: evaluar el actuar del gobierno en ejercicio y definir la ruta que queremos seguir hacia adelante. En su dimensión retrospectiva, los votantes juzgamos el desempeño pasado: ¿Se cumplieron las promesas?, ¿hubo una gestión competente?, ¿respondieron adecuadamente ante situaciones de crisis? En su dimensión prospectiva, como ciudadanía expresamos hacia dónde desea avanzar y qué papel espera del Estado en ese camino.
Es cierto que en la práctica electoral intervienen también emociones intensas —la bronca frente a unos o el miedo frente a otros— que hoy alimentan lo que algunos llaman “partidismo negativo”. Sin embargo, lo que decidamos este domingo debiera ser el reflejo tanto del juicio que hacemos sobre el pasado como de la definición de lo que esperamos en el futuro.
Desde su inicio, el gobierno del Presidente Gabriel Boric mostró descoordinación y desprolijidad. Ejemplos de esto son la frustrada visita de la ministra del Interior a Temucuicui, los indultos presidenciales, la intención del subsecretario de Relaciones Exteriores de “redefinir” la política comercial, las reformas tributaria y previsional maximalistas sin apoyo parlamentario, y el respaldo a una propuesta constitucional que generó una enorme incertidumbre económica. Para alivio de muchos, existieron algunas excepciones, como el manejo fiscal inicial, el cual redujo drásticamente el déficit heredado del gobierno anterior —un ajuste previsto en la Ley de Presupuestos anterior, pero cuya implementación no era trivial—.
El resultado del primer plebiscito constitucional marcó un punto de inflexión. Se abandonaron ideas extremas, como la nacionalización de los recursos naturales o la compensación en casos de expropiación, y emergió una conducción menos dogmática y más moderada, encabezada por la figura de Carolina Tohá. Este cambio permitió avanzar en una ley de royalty minero moderna y una reforma previsional que, en lo sustancial, profundiza la de Bachelet I.
A pesar de la moderación y mayor diálogo, el Gobierno sigue evidenciando deficiencias de gestión: atrasos en la entrega de útiles escolares, errores en las tarifas eléctricas y en la gestión presupuestaria en los dos últimos presupuestos.
En la dimensión prospectiva, la elección de Jeannette Jara por sobre Carolina Tohá significó un rechazo a este enfoque más moderado. Su programa —mayor control estatal de los recursos estratégicos, desarrollo impulsado por la demanda interna y aumento del salario mínimo a $750 mil— refleja este cambio de énfasis. Su discurso y sus asesores económicos se han moderado, pero dada la trayectoria y coherencia de vida de J. Jara, es difícil pensar que su orientación no siga siendo la misma. El propio Gabriel Boric también se moderó durante la segunda vuelta de 2021, pero abrazó rápidamente la propuesta constitucional rechazada y solo cambió de tono tras la derrota.
En la vereda opuesta, el balance retrospectivo se centra en la capacidad de los candidatos de derecha para ofrecer gobernabilidad y acuerdos. El segundo proceso constitucional mostró la dificultad del partido de José Antonio Kast para generar consensos, incluso dentro de su propio sector. Evelyn Matthei, en cambio, manteniendo su posición de derecha —similar a la que sostuvo en la discusión de la reforma previsional de 2008, que no desintegró la industria y concentró el apoyo solidario en el gasto público—, logró construir puentes que permitieron avanzar en pensiones. Por último, en el caso de Johannes Kaiser, tal como puede verse de sus distintos intentos académicos, no se ha visto una capacidad que le permita concluir proyectos.
En la mirada hacia adelante, Kaiser plantea un liberalismo simplista, de fácil comunicación, pero sin respaldo empírico. Kast propone una reducción del gasto público de US$ 21 mil millones en cuatro años —cuando el gasto en personal público ronda los US$ 17.500 millones anuales—, una meta que suena más a consigna que a política fiscal viable. Matthei, en contraste, presenta un enfoque realista: una derecha pragmática, con énfasis en la gestión, la responsabilidad fiscal y la construcción de soluciones perdurables a los ciclos políticos.
Teniendo diferencias ideológicas importantes con Evelyn Matthei, un análisis racional me lleva a concluir que, en este contexto, su propuesta representa la alternativa más responsable y realista para el país. (El Mercurio)
Alejandro Micco



